29 sept 2015

¿Buenos solo en apariencia?
Clifford Goldstein


Dos soldados alemanes, en cuclillas uno junto a otro, elevaron la cabeza por encima de la trinchera, otearon la densa oscuridad, y luego volvieron a agacharse. Nacidos con solo unos días de diferencia en el mismo pueblo bávaro, los dos soldados de infantería tenían acento similar, eran del mismo rango, y hablaban con idéntico fervor de luchar por la defensa de la patria y del honor del káiser. Algunos de sus camaradas bromeaban diciendo que los dos estaban empezando a parecer iguales y les dieron el apodo de “los gemelos”.
“Los gemelos” pasaron la noche con terribles presentimientos. Luego, poco a poco, el sol empezó a iluminar el horizonte y, como demonios furiosos arrojados de tumbas abiertas, los franceses atacaron. Las balas silbaban sobre las cabezas de “los gemelos”, los obuses impactaban contra el suelo, y se desató el caos.
De inmediato, llegó la orden de contraatacar. Al unísono, las tropas alemanas se pusieron en pie para frenar la ofensiva. “Los gemelos” también se pusieron de pie, pero mientras que uno corrió hacia delante para enfrentarse al enemigo en el combate cuerpo a cuerpo, ¡el otro huyó!
¿Gemelos? Una crisis demostró que, no importa lo similares que pareciesen exteriormente, eran tan diferentes en su interior que cuando se disipó la humareda, uno fue condecorado por su heroísmo y el otro fusilado por deserción.
Hace mil novecientos y pico años, sentado en el Monte de los Olivos con sus discípulos, Jesús enseñó una lección similar. En la parábola de las diez vírgenes (véase Mat. 25: 1-13), el Salvador advirtió que habría gente que creería en él, que tendría doctrinas puras, que aguardaría su venida, y que hasta tendría una medida del Espíritu Santo obrando en su vida. Pese a ello, con ocasión de la última crisis, se vería que no estaba preparada para su regreso. Con esta narración, Jesús nos dice con claridad a los cristianos que, no importa lo bueno que sea el aspecto externo de cada cual, lo que cuenta es lo que va por dentro...

La narración de Jesús

"Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes", empezó diciendo Jesús, "que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas" (versículos 1-4). Jesús dijo que "como el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron". Luego, a medianoche, cuando se oyó el grito de que venía el novio, todas se levantaron y pusieron a punto sus lámparas. Desgraciadamente, las cinco vírgenes insensatas necesitaban aceite porque sus lámparas se estaban agotando. Pidieron a las vírgenes prudentes que las ayudaran, pero estas dijeron que no tenían suficiente para compartirlo. De modo que las vírgenes insensatas fueron a comprar más aceite y, en su ausencia, "llegó el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a la boda, y se cerró la puerta". Cuando volvieron las vírgenes insensatas y quisieron entrar, el novio respondió: "De cierto os digo que no os conozco".
Jesús terminó su relato con esta advertencia: "Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora" (versículo 13).
Pocas de las parábolas de Jesús presentan una advertencia tan seria a quienes aguardan su retorno. Exactamente, ¿qué es lo que nos está diciendo Jesús? Analicemos esta parábola de forma más minuciosa.
Para empezar, Jesús llamó vírgenes a las mujeres, lo que, en la Biblia, representa a gente fiel, en contraste con rameras, que simbolizan la apostasía y la pecaminosidad (véase, por ejemplo, Jer. 3: 6; Apoc. 17: 5). De modo que la parábola de las diez vírgenes no es para ateos, adeptos a Nueva Era o budistas. Jesús habla específicamente de su iglesia, un pueblo de doctrina pura que, en muchos sentidos, le era obediente.
Lo que resulta aún más desconcertante de estas vírgenes es que todas –las prudentes y las insensatas– esperaban al novio. La imagen de la boda simboliza que Jesús viene a buscar su iglesia al final del tiempo (véase Apoc. 19: 6, 7). Estas vírgenes, entonces, representan a cristianos que anhelan el regreso de Cristo y que hasta se esfuerzan por encontrarse con él. No representan –ni siquiera las insensatas– a los cristianos profesos que no creen en el regreso literal de Cristo o que lo sitúan tan en el futuro que no les preocupa.
En la parábola, tanto las prudentes como las insensatas tenían lámparas, símbolo de la Palabra de Dios (véase Sal. 119: 105). Según parece, todas las personas representadas por estas vírgenes leen la Biblia y, hasta cierto punto, han seguido la luz que emana de ella. E incluso todas ellas tenían aceite, símbolo del Espíritu Santo (véase Zac. 4: 1-14). O sea, todas las vírgenes, tanto las prudentes como las insensatas, habían experimentado la obra de Dios en sus vidas.
De modo que las vírgenes prudentes y las insensatas representan a dos grupos entre los seguidores de Jesús. Ambos grupos tienen una doctrina pura, incluida la segunda venida que los dos anhelan de veras. No solo leen la Biblia, sino que sus vidas dan evidencia de que el Espíritu Santo obra en ellos. En la parábola de las ovejas y las cabras es fácil ver la diferencia entre sus verdaderos seguidores y aquellos que son infieles (la mayoría de la gente puede distinguir fácilmente entre una oveja y una cabra). Esta parábola, sin embargo, nos advierte de que la diferencia podría no siempre resultar tan obvia.

La tardanza causa crisis

Como en el caso de “los gemelos” de la trinchera, fue una crisis lo que reveló los caracteres auténticos de las vírgenes. En este caso, la crisis fue la tardanza del novio en volver: "Como el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron" (versículo 5). La dinámica esencial de este relato gira en torno a la demora. Si el novio no hubiese tardado, si hubiese vuelto cuando se le esperaba, entonces todas habrían estado listas porque todas habrían tenido bastante aceite en sus lámparas, de modo que no habría hecho falta esta historia.
Pero Jesús sabía, ya cuando estaba sentado en el Monte de los Olivos, que sus seguidores se cansarían de esperar su regreso. Después de todo, también las vírgenes prudentes se durmieron. El problema, entonces –al menos en esta parábola– no estaba en su sueño. Estaba más bien en su falta de preparación para la crisis que se desencadenó. Por medio de esta parábola Jesús advirtió que aun en su hastío, es preciso que los cristianos estén preparados. O sea, Jesús estaba diciendo: "Preparaos para una demora. Preparaos para la realidad de que mi venida no será tan pronto como os gustaría".
En el momento culminante de la crisis, cuando alguien gritó "¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!", todas las mujeres, prudentes e insensatas, se despertaron y avivaron sus lámparas. La situación fue lo bastante grave como para que ninguna siguiera durmiendo. Sin duda, cuando se dé el grito que advierta al mundo que Jesús está a punto de volver, todos los cristianos despertarán e intentarán arreglar “sus lámparas”.
Sin embargo, muchos de ellos no tendrán suficiente aceite, no tendrán suficiente del Espíritu Santo en sus vidas para guiar su senda en ese tiempo de crisis. De hecho, en ese momento sus luces se habrán apagado por completo.
Evidentemente, Jesús está advirtiendo aquí que, sin el Espíritu de Dios, conocer la verdad no es suficiente. No importa cuánto haya obrado el Espíritu en la vida de una persona para llevarla al conocimiento de la verdad, a un grado de obediencia, y hasta a un anhelo de la segunda venida de Jesús, estos factores en sí mismos no bastarán. Cuando llegue el tiempo de crisis, los que no hayan sido alimentados, cultivados y reabastecidos por el Espíritu se encontrarán en la oscuridad. En realidad, no han conocido al Señor, porque la única manera de conocer a Dios es mediante la obra del Espíritu Santo; únicamente el Espíritu permite a las personas tener una relación con Cristo.
En esta parábola, cuando las vírgenes insensatas entendieron por fin lo que su letargo espiritual había ocasionado, cuando comprendieron su escasez en las cosas que importaban, pidieron a las otras que proveyeran a sus necesidades. Pero la salvación no es transferible. Dios ha ofrecido su gracia a cada alma. Cada cual debe tomarla para sí: "El que tiene sed, venga. El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida" (Apoc. 22: 17). Esta es una situación en la que nuestro hermano no puede ser nuestro guardián, aunque quisiera.
Cuando las vírgenes insensatas volvieron y golpearon la puerta, era demasiado tarde. El tiempo de gracia había concluido. El novio contestó, pero las palabras que pronunció fueron las más temibles que un cristiano haya oído jamás del Salvador: "De cierto os digo que no os conozco" (Mat. 25: 12).

Un mensaje para los últimos días

Aunque el mensaje de esta parábola es relevante para los cristianos de cualquier época, se aplica específicamente a los de los últimos días. Es para los vivos, no para los muertos.
Jesús les dice a los vivos que las creencias, las ceremonias, las tradiciones y las doctrinas, por sí mismas, no nos van a preparar para la segunda venida. El cristianismo no es solamente un conjunto de reglas, leyes y doctrinas. Es el Espíritu de Dios obrando en los individuos para transformar sus caracteres a semejanza del divino. Una teoría de la verdad, sin el poder del Espíritu Santo, podría conducir a formas externas apropiadas, pero no puede santificar el corazón a imagen del Redentor. Y, como muestra, la parábola; las acciones externas no son suficientes por sí solas.
Al contrario, Jesús dice que debemos abrir nuestra vida a la obra del Espíritu en cada paso del camino cristiano. No importa lo ocupados que estemos, ni lo pesado que sea nuestro trabajo, o cuántas sean nuestras luchas, debemos encontrar tiempo para el Señor; debemos cultivar nuestra relación con Dios a través del Espíritu.
El mensaje de Jesús resulta particularmente importante para los que vivimos en tiempos tan agitados y ajetreados como estos. Está diciendo a su pueblo del tiempo del fin que deben mantener encendidas sus lámparas, aun ante la tardanza. Pese a lo importante que sea tu trabajo, pese a lo exigente de tus ocupaciones diarias y familiares, has de hallar tiempo para mantener una relación salvadora con EVANGELIZAR LO PROFUNDO DEL CORAZÓN él, una relación en la que pueda obrar en nosotros "así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2: 13).
Los cristianos podemos tener este tipo de relación solo mediante la comunión con Jesús, la obediencia a su Ley y una elección consciente de rendirnos a él cada día. No debemos procurar ganarnos su aceptación mediante nuestra propia justicia. Más bien debemos descansar en la seguridad de que ya hemos sido aceptados por lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz.
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rom. 8: 1). La expresión paulina "los que andan conforme al Espíritu" pone de manifiesto que esta debe ser una experiencia diaria. Solo la relación cotidiana con el Espíritu Santo mantendrá las lámparas ardiendo mientras se demore el novio.
"En el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo. Todos los que decidan respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta alcanzar la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús" escribió Elena White. (1)
Con su parábola de las diez vírgenes, Jesús envía un claro mensaje a la generación del tiempo del fin advirtiéndoles de que no permitan que las apariencias externas, especialmente las propias, los engañen. En esta parábola, los salvos y los perdidos –en sus formas, ceremonias, doctrinas y hasta en su profesión de fe– parecen idénticos. Pero la mitad carece del ingrediente más crucial de todos, uno que no siempre es detectable, y que es el poder del Espíritu Santo en el corazón. Y no se trata de una diferencia nimia. Al contrario, para la última generación, lo que va por dentro no es, como en el caso de “los gemelos” en la trinchera, la distancia entre la medalla y el pelotón de fusilamiento. Es la distancia que hay entre la vida eterna y la muerte eterna.

Fuente: Revista adventista (España), 2006.

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