¿Buenos solo en apariencia?
Clifford
Goldstein
Dos
soldados alemanes, en cuclillas uno junto a otro, elevaron la cabeza por encima
de la trinchera, otearon la densa oscuridad, y luego volvieron a agacharse.
Nacidos con solo unos días de diferencia en el mismo pueblo bávaro, los dos
soldados de infantería tenían acento similar, eran del mismo rango, y hablaban
con idéntico fervor de luchar por la defensa de la patria y del honor del
káiser. Algunos de sus camaradas bromeaban diciendo que los dos estaban empezando
a parecer iguales y les dieron el apodo de “los gemelos”.
“Los
gemelos” pasaron la noche con terribles presentimientos. Luego, poco a poco, el
sol empezó a iluminar el horizonte y, como demonios furiosos arrojados de
tumbas abiertas, los franceses atacaron. Las balas silbaban sobre las cabezas
de “los gemelos”, los obuses impactaban contra el suelo, y se desató el caos.
De
inmediato, llegó la orden de contraatacar. Al unísono, las tropas alemanas se
pusieron en pie para frenar la ofensiva. “Los gemelos” también se pusieron de
pie, pero mientras que uno corrió hacia delante para enfrentarse al enemigo en
el combate cuerpo a cuerpo, ¡el otro huyó!
¿Gemelos?
Una crisis demostró que, no importa lo similares que pareciesen exteriormente,
eran tan diferentes en su interior que cuando se disipó la humareda, uno fue
condecorado por su heroísmo y el otro fusilado por deserción.
Hace
mil novecientos y pico años, sentado en el Monte de los Olivos con sus
discípulos, Jesús enseñó una lección similar. En la parábola de las diez
vírgenes (véase Mat. 25: 1-13), el Salvador advirtió que habría gente que
creería en él, que tendría doctrinas puras, que aguardaría su venida, y que
hasta tendría una medida del Espíritu Santo obrando en su vida. Pese a ello,
con ocasión de la última crisis, se vería que no estaba preparada para su
regreso. Con esta narración, Jesús nos dice con claridad a los cristianos que,
no importa lo bueno que sea el aspecto externo de cada cual, lo que cuenta es
lo que va por dentro...
La narración de Jesús
"Entonces
el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes", empezó diciendo
Jesús, "que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Cinco de
ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas,
no tomaron consigo aceite; pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas,
juntamente con sus lámparas" (versículos 1-4). Jesús dijo que "como
el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron". Luego, a medianoche,
cuando se oyó el grito de que venía el novio, todas se levantaron y pusieron a
punto sus lámparas. Desgraciadamente, las cinco vírgenes insensatas necesitaban
aceite porque sus lámparas se estaban agotando. Pidieron a las vírgenes
prudentes que las ayudaran, pero estas dijeron que no tenían suficiente para
compartirlo. De modo que las vírgenes insensatas fueron a comprar más aceite y,
en su ausencia, "llegó el novio; y las que estaban preparadas entraron con
él a la boda, y se cerró la puerta". Cuando volvieron las vírgenes
insensatas y quisieron entrar, el novio respondió: "De cierto os digo que
no os conozco".
Jesús
terminó su relato con esta advertencia: "Velad, pues, porque no sabéis el
día ni la hora" (versículo 13).
Pocas
de las parábolas de Jesús presentan una advertencia tan seria a quienes
aguardan su retorno. Exactamente, ¿qué es lo que nos está diciendo Jesús?
Analicemos esta parábola de forma más minuciosa.
Para
empezar, Jesús llamó vírgenes a las mujeres, lo que, en la Biblia, representa a
gente fiel, en contraste con rameras, que simbolizan la apostasía y la
pecaminosidad (véase, por ejemplo, Jer. 3: 6; Apoc. 17: 5). De modo que la
parábola de las diez vírgenes no es para ateos, adeptos a Nueva Era o budistas.
Jesús habla específicamente de su iglesia, un pueblo de doctrina pura que, en
muchos sentidos, le era obediente.
Lo
que resulta aún más desconcertante de estas vírgenes es que todas –las
prudentes y las insensatas– esperaban al novio. La imagen de la boda simboliza
que Jesús viene a buscar su iglesia al final del tiempo (véase Apoc. 19: 6, 7).
Estas vírgenes, entonces, representan a cristianos que anhelan el regreso de
Cristo y que hasta se esfuerzan por encontrarse con él. No representan –ni
siquiera las insensatas– a los cristianos profesos que no creen en el regreso
literal de Cristo o que lo sitúan tan en el futuro que no les preocupa.
En
la parábola, tanto las prudentes como las insensatas tenían lámparas, símbolo
de la Palabra de Dios (véase Sal. 119: 105). Según parece, todas las personas
representadas por estas vírgenes leen la Biblia y, hasta cierto punto, han
seguido la luz que emana de ella. E incluso todas ellas tenían aceite, símbolo
del Espíritu Santo (véase Zac. 4: 1-14). O sea, todas las vírgenes, tanto las
prudentes como las insensatas, habían experimentado la obra de Dios en sus
vidas.
De
modo que las vírgenes prudentes y las insensatas representan a dos grupos entre
los seguidores de Jesús. Ambos grupos tienen una doctrina pura, incluida la
segunda venida que los dos anhelan de veras. No solo leen la Biblia, sino que
sus vidas dan evidencia de que el Espíritu Santo obra en ellos. En la parábola
de las ovejas y las cabras es fácil ver la diferencia entre sus verdaderos
seguidores y aquellos que son infieles (la mayoría de la gente puede distinguir
fácilmente entre una oveja y una cabra). Esta parábola, sin embargo, nos
advierte de que la diferencia podría no siempre resultar tan obvia.
La tardanza causa crisis
Como
en el caso de “los gemelos” de la trinchera, fue una crisis lo que reveló los
caracteres auténticos de las vírgenes. En este caso, la crisis fue la tardanza
del novio en volver: "Como el novio tardaba, cabecearon todas y se
durmieron" (versículo 5). La dinámica esencial de este relato gira en
torno a la demora. Si el novio no hubiese tardado, si hubiese vuelto cuando se
le esperaba, entonces todas habrían estado listas porque todas habrían tenido
bastante aceite en sus lámparas, de modo que no habría hecho falta esta
historia.
Pero
Jesús sabía, ya cuando estaba sentado en el Monte de los Olivos, que sus
seguidores se cansarían de esperar su regreso. Después de todo, también las
vírgenes prudentes se durmieron. El problema, entonces –al menos en esta
parábola– no estaba en su sueño. Estaba más bien en su falta de preparación
para la crisis que se desencadenó. Por medio de esta parábola Jesús advirtió
que aun en su hastío, es preciso que los cristianos estén preparados. O sea,
Jesús estaba diciendo: "Preparaos para una demora. Preparaos para la
realidad de que mi venida no será tan pronto como os gustaría".
En
el momento culminante de la crisis, cuando alguien gritó "¡Aquí viene el
novio, salid a recibirlo!", todas las mujeres, prudentes e insensatas, se
despertaron y avivaron sus lámparas. La situación fue lo bastante grave como
para que ninguna siguiera durmiendo. Sin duda, cuando se dé el grito que
advierta al mundo que Jesús está a punto de volver, todos los cristianos
despertarán e intentarán arreglar “sus lámparas”.
Sin
embargo, muchos de ellos no tendrán suficiente aceite, no tendrán suficiente
del Espíritu Santo en sus vidas para guiar su senda en ese tiempo de crisis. De
hecho, en ese momento sus luces se habrán apagado por completo.
Evidentemente,
Jesús está advirtiendo aquí que, sin el Espíritu de Dios, conocer la verdad no
es suficiente. No importa cuánto haya obrado el Espíritu en la vida de una
persona para llevarla al conocimiento de la verdad, a un grado de obediencia, y
hasta a un anhelo de la segunda venida de Jesús, estos factores en sí mismos no
bastarán. Cuando llegue el tiempo de crisis, los que no hayan sido alimentados,
cultivados y reabastecidos por el Espíritu se encontrarán en la oscuridad. En
realidad, no han conocido al Señor, porque la única manera de conocer a Dios es
mediante la obra del Espíritu Santo; únicamente el Espíritu permite a las personas
tener una relación con Cristo.
En
esta parábola, cuando las vírgenes insensatas entendieron por fin lo que su
letargo espiritual había ocasionado, cuando comprendieron su escasez en las
cosas que importaban, pidieron a las otras que proveyeran a sus necesidades.
Pero la salvación no es transferible. Dios ha ofrecido su gracia a cada alma.
Cada cual debe tomarla para sí: "El que tiene sed, venga. El que quiera,
tome gratuitamente del agua de la vida" (Apoc. 22: 17). Esta es una
situación en la que nuestro hermano no puede ser nuestro guardián, aunque
quisiera.
Cuando
las vírgenes insensatas volvieron y golpearon la puerta, era demasiado tarde.
El tiempo de gracia había concluido. El novio contestó, pero las palabras que
pronunció fueron las más temibles que un cristiano haya oído jamás del
Salvador: "De cierto os digo que no os conozco" (Mat. 25: 12).
Un mensaje para los últimos días
Aunque
el mensaje de esta parábola es relevante para los cristianos de cualquier
época, se aplica específicamente a los de los últimos días. Es para los vivos,
no para los muertos.
Jesús
les dice a los vivos que las creencias, las ceremonias, las tradiciones y las
doctrinas, por sí mismas, no nos van a preparar para la segunda venida. El
cristianismo no es solamente un conjunto de reglas, leyes y doctrinas. Es el
Espíritu de Dios obrando en los individuos para transformar sus caracteres a
semejanza del divino. Una teoría de la verdad, sin el poder del Espíritu Santo,
podría conducir a formas externas apropiadas, pero no puede santificar el
corazón a imagen del Redentor. Y, como muestra, la parábola; las acciones
externas no son suficientes por sí solas.
Al
contrario, Jesús dice que debemos abrir nuestra vida a la obra del Espíritu en
cada paso del camino cristiano. No importa lo ocupados que estemos, ni lo
pesado que sea nuestro trabajo, o cuántas sean nuestras luchas, debemos
encontrar tiempo para el Señor; debemos cultivar nuestra relación con Dios a
través del Espíritu.
El
mensaje de Jesús resulta particularmente importante para los que vivimos en
tiempos tan agitados y ajetreados como estos. Está diciendo a su pueblo del
tiempo del fin que deben mantener encendidas sus lámparas, aun ante la
tardanza. Pese a lo importante que sea tu trabajo, pese a lo exigente de tus
ocupaciones diarias y familiares, has de hallar tiempo para mantener una
relación salvadora con EVANGELIZAR LO PROFUNDO DEL CORAZÓN él, una relación en
la que pueda obrar en nosotros "así el querer como el hacer, por su buena
voluntad" (Fil. 2: 13).
Los
cristianos podemos tener este tipo de relación solo mediante la comunión con
Jesús, la obediencia a su Ley y una elección consciente de rendirnos a él cada
día. No debemos procurar ganarnos su aceptación mediante nuestra propia
justicia. Más bien debemos descansar en la seguridad de que ya hemos sido
aceptados por lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz.
"Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rom. 8: 1). La
expresión paulina "los que andan conforme al Espíritu" pone de
manifiesto que esta debe ser una experiencia diaria. Solo la relación cotidiana
con el Espíritu Santo mantendrá las lámparas ardiendo mientras se demore el
novio.
"En
el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de
gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo. Todos los que
decidan respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta alcanzar
la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús" escribió Elena White.
(1)
Con
su parábola de las diez vírgenes, Jesús envía un claro mensaje a la generación
del tiempo del fin advirtiéndoles de que no permitan que las apariencias
externas, especialmente las propias, los engañen. En esta parábola, los salvos y
los perdidos –en sus formas, ceremonias, doctrinas y hasta en su profesión de
fe– parecen idénticos. Pero la mitad carece del ingrediente más crucial de
todos, uno que no siempre es detectable, y que es el poder del Espíritu Santo
en el corazón. Y no se trata de una diferencia nimia. Al contrario, para la
última generación, lo que va por dentro no es, como en el caso de “los gemelos”
en la trinchera, la distancia entre la medalla y el pelotón de fusilamiento. Es
la distancia que hay entre la vida eterna y la muerte eterna.
Fuente: Revista adventista (España), 2006.
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