Una
declaración del Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día sobre Cristo
como Única Cabeza en la Iglesia
Nosotros, los profesores del Seminario
Teológico Adventista, afirmamos que Cristo es la única cabeza de la iglesia (Ef
1:22; 5:23; Col 1:18). Por lo tanto, si bien existe un liderazgo legítimo en la
iglesia, ningún otro ser humano tiene derecho a pretender el papel de cabeza en
la iglesia. Como la cabeza de la iglesia, Cristo brinda la manifestación
suprema del amor de Dios (Ef 5:23, 25), lo que demuestra y vindica el gobierno
moral de Dios mediante el amor (Rom 3:4,25-26 5:8), y derrota de ese modo el
falso gobierno del usurpador, el “príncipe de este mundo” (Jn 12:31; 16:11; cf.
DA [DTG] 758; 2T 2:211).
El gobierno moral de Dios mediante el amor
La función de cabeza de la iglesia por
parte de Cristo está inextricablemente ligada al amor de Dios y en sí misma es
la suprema exposición del amor de Dios al mundo (Jn 3:16; 15:13; Rom 5:8). Como
única cabeza de la iglesia, Cristo “amó a la iglesia y se entregó a sí mismo
por ella” (Ef 5:23, 25). La demostración de amor divino por parte de Cristo
como cabeza de la iglesia refleja directamente el gobierno moral de Dios
mediante el amor, en el cual la ley es un trasunto del carácter divino, y
viceversa, el amor es en sí mismo el cumplimiento de la ley de Dios (Mt 22:37-39;
Rom 13:8; cf. TMK [A fin de conocerle], 366).
Puesto que el amor requiere libre
albedrío, Dios no ejerce su poder o autoridad de cabeza para compeler o determinar
la voluntad moral de sus seres creados. Dios permitió la rebelión, al costo más
alto para sí mismo, por cuanto desea la obediencia voluntaria motivada por el
temor y no por el miedo. Esta obediencia voluntaria no podía conseguirse
ejerciendo poder ni autoridad, pues solo se puede prestar libremente. De este
modo, el gobierno divino se basa en un amor mutuamente brindado donde Dios no
impone su voluntad en forma determinista, aunque sí tiene a sus criaturas
inteligentes por responsables frente a su perfecta ley de amor.
Por consiguiente, en vez de ejercer su
poder infinito para impedir unilateralmente o aplastar la rebelión eliminando
la libertad necesaria para una relación de amor genuino, Dios ha permitido al
falso gobierno del enemigo que se manifieste, al mismo tiempo que demostraba la
naturaleza de su gobierno moral de amor en un contraste directo y llamativo.
Mientras el enemigo ambiciona el poder y dominio, Cristo, quien posee todo
poder, no domina, determina, ni coacciona sino “se anonadó a sí mismo, tomando
la forma de siervo [doulos]... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2:7-9). Es de este modo que Cristo,
única cabeza de la iglesia, “encarece su amor hacia nosotros, en que mientras
aun éramos débiles, Cristo murió por nosotros” (Rom 5:8). En consecuencia, el
gobierno de amor desprendido de Dios ha sido expuesto en forma clara y suprema.
El gran conflicto
entre Cristo y Satanás
El Gran Conflicto se originó con el
ataque directo de Satanás contra la naturaleza y papel de Cristo en el cielo,
buscando desplazarlo y exaltarse a sí mismo para ser como Dios (Is 14:12–14; Ez
28:12-19; cf. Ap 12:7-9). En la historia del gran conflicto, el usurpador
"príncipe de este mundo" (Jn 12:31; 14:30; 16:11; cf. 2 Cor 4:4), si
bien ha sido vencido en la cruz, continúa su búsqueda de autoexaltación
mediante el dominio sobre otros. Trata de remplazar el gobierno de amor de Dios
con otra forma de gobierno que se aferra a una autoridad egoísta y prepotente.
Busca remplazar a Cristo, que es la cabeza (2 Tes 2:3-4), perjudicándolo a él,
que es la única cabeza de la verdadera iglesia, así como también a su cuerpo
institucional, que es su iglesia.
A partir del siglo II la cristiandad
postapostólica fue implementando gradualmente un sistema de gobierno
eclesiástico que reflejaba la concepción que Roma tenía de la autoridad como
poder para mandar en forma arbitraria e imponer la obediencia, y remplazó la
función de cabeza que tiene Cristo con una función de cabeza de meros hombres.
Este sistema falsificado de gobierno de la iglesia era (1) jerárquico,
basándose en una "cadena de mandos" con un obispo monárquico como
cabeza de la iglesia, con control final y completo de los asuntos de esta; (2)
sacramental, es decir que la vida espiritual de los creyentes, e incluso su
salvación misma, dependía de ministros ordenados; (3) elitista, o sea
sacerdotal, es decir que el rito de la ordenación (imposición de las manos)
imbuía a los ministros de facultades especiales; y (4) orientada a la función
de cabeza, es decir que quienes recibían la ordenación estaban ahora casados
con la iglesia y asumían funciones de “cabeza” en la iglesia en lugar de la
función de cabeza que tiene Cristo (“in persona Christi capitis”; cf. Vicarius
Filii Dei, “como representante del Hijo de Dios”).
Este sistema de gobierno se ha
implementado de distintos modos, que equivalen a usurpar la función de Cristo
como cabeza de la iglesia por parte de meros seres humanos. Por cierto, este es
en verdad el sistema de la bestia que surge del mar en Ap 13-14, a la que se le
dio el poder y la autoridad del dragón (13:2, 4), falsifica la resurrección de
Cristo (13:3), acepta la adoración del mundo en compañía del dragón (13:4, 8),
blasfema de Dios y su santuario, y ejerce una autoridad mundial para perseguir
al pueblo de Dios (13:5-7). Este poder de anticristo que usurpa el papel de
Cristo en la tierra en consonancia con el antiguo intento satánico de remplazar
a Cristo en el cielo trata de destruir el evangelio eterno y en última
instancia exige obediencia y obliga a la falsa adoración. Esto culmina en una
severa persecución contra aquellos que rehúsan adorar a la bestia y su imagen,
el remanente que guarda los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús,
quienes no confían en meros seres humanos en lo que respecta a su salvación (Ap
13:6-8; 14:6-12).
El sistema que tiene el anticristo
para el gobierno de la iglesia arma el escenario para los sucesos culminantes
del conflicto final en el Apocalipsis, mediante los siguientes procedimientos,
entre otros: (1) pretende tener la autoridad de designar meros seres humanos a
posiciones que desplazan la función de cabeza que tiene Cristo, tanto global
como localmente en la iglesia; (2) por ese medio pretende tener la autoridad exclusiva
de interpretar y enseñar la Biblia, y de ese modo tener la palabra final en
todos los asuntos de doctrina y práctica eclesial, mientras (3) blande el
poderío espiritual y autoridad para dar órdenes y compeler la obediencia con ese
uso de instrumentos tanto espirituales como civiles.
Este sistema de gobierno está en
contraste directo con la función de cabeza que tiene Cristo y su enseñanza
sobre la naturaleza de la autoridad de los dirigentes de la iglesia. Cristo fue
reflejo del gobierno moral de Dios al ejemplificar la dirigencia de servicio
(Mt 20:28; Mc 10:45), incluyendo un tipo de autoridad que no busca someter la
voluntad de otros ni obligar a la obediencia. En vez, dirige mediante el
ejemplo de servicio y amor desinteresado, que atrae en vez de compeler a otros
para que presten un servicio voluntario de amor (Gal 5:13). A Cristo se le dio
toda autoridad “en los cielos y en la tierra” (Mat 28:18), pero él no elimina
el libre albedrío que se nos otorgó generosamente ni obliga a los seres humanos
que él creó a la obediencia, sino que “nos amó y se entregó a sí mismo por
nosotros” (Ef 5:2). Cuando más se acerca la iglesia a hacer cumplir [las
normas] es cuando realiza actos disciplinarios como institución corporativa
sobre la base de enseñanzas muy claras de la Biblia. Esa disciplina no es la
responsabilidad de ninguna persona en particular, ni de un grupo pequeño, sino
debe ser la acción cuando menos de toda la congregación local. Aun entonces,
tal disciplina no resulta en coacción, sino en privar al individuo de los
privilegios de la membresía por un tiempo a fin de permitir [le] que se
arrepienta y sea restaurado (Mat 18:12-17; 1 Cor 5:5).
Los miembros de iglesia (incluyendo
los dirigentes; pero, también los demás) están llamados a seguir el ejemplo de
amor desinteresado de Cristo (Ef 5:). Deben tener el sentir de Cristo, que
incluye la disposición a humillarse a uno mismo y asumir el papel de esclavo (“doulos”,
Flp 2:5-8), o sirviente (“diakonos”) de Cristo (Mat 20:26), así como él se
humilló hasta la misma muerte. Mientras que los dirigentes en el imperio romano
de tiempos de Cristo “se enseñorean de ellos, y los grandes ejercen
autoridad" (Mat 20:25), no ha de ser así en el pueblo de Dios, sino que “cualquiera
que quiera ser grande entre vosotros será vuestro sirviente (‘diakonos’), y
cualquiera que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo (‘doulos’)”
(Mat 20:26-27). “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y dar su vida en rescate de muchos” (Mc 10:45). Por eso, quien desee
ser grande será como el esclavo (doulos) de todos (Mc 10:44), y el mayor entre
vosotros será vuestro sirviente (diakonos) (Mat 23:11; cf. 9-12). La Biblia
delinea los papeles esenciales de dirigencia y autoridad en la iglesia, pero
toda dirigencia debe ser dirigencia de servicio. En 1 Ped 5:1-3, 5-7 se
presenta hábilmente la afirmación de dirigencia dentro de la iglesia en
equilibrio con la humildad que requiere:
“Por tanto
exhorto a los ancianos entre vosotros, siendo yo también anciano y testigo de
los sufrimientos de Cristo... apacentad la grey de Dios que hay entre vosotros,
cuidando de ella no por fuerza, sino voluntariamente, y no por ganancia
deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están
a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey... Igualmente, jóvenes, estad
sujetos a los ancianos, y todos sumisos unos a otros, revestíos de humildad,
porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”
(Cf. AA [HA] 359-60; DA [DTG], 817).
Por consiguiente, los dirigentes de
iglesia deben ser sirvientes humildes. Al mismo tiempo debieran ser respetados
y apreciados profundamente por su trabajo diligente (1 Tes 5:12; 1 Tim 5:17;
cf. Heb 13:7) así como ellos también muestran el debido respeto por otros
demostrando el amor mutuo y consideración que debe reinar entre los cristianos
(1 Ped 2:17).
La autoridad de los que dirigen la
iglesia les es entregada por la iglesia. Es una autoridad delegada por Cristo a
su iglesia e implementada a través de su sistema representativo. Por lo tanto
los dirigentes designados se convierten en mayordomos de un poder que debe
ejercerse en nombre de Cristo y en beneficio de los dirigidos. La funcionalidad
de la autoridad no va en detrimento de la igualdad de todos los miembros dentro
de la iglesia de Cristo. Siendo que el Espíritu conduce al cuerpo de Cristo
entero, no solo los pocos que son dirigentes, los que dirigen deben buscar que
sus decisiones sean guiadas, hasta donde sea posible, por la sabiduría e
intuición del grupo. Como iglesia, no entregamos el poder de tomar decisiones a
ningún presidente, sino a juntas, donde los que conducen el grupo buscan la
sabiduría y si fuera posible el consenso del grupo.
El remanente de Dios tendrá por
consiguiente en muy alta estima el sistema de gobierno, autoridad y dirigencia
que refleja tanto como sea humanamente posible el ideal del gobierno de amor de
Dios, dentro del cual se atesora la libertad moral y los dirigentes son los
humildes servidores de todos, así como Cristo se entregó a sí mismo por todos.
Fue precisamente esta dirigencia servidora humilde, basada en el amor, la que
ejemplificó Cristo quien, como el único que es “cabeza de la iglesia... la amó
y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5:23, 25), como ejemplo supremo del
carácter divino y su gobierno moral mediante el amor.
La función
exclusiva e intransferible de Cristo como cabeza
La Biblia afirma que el Hijo es
eternamente igual al Padre y al Espíritu (Col 2:9; Heb 1:3; Mat 28:19; Jn 1:1;
5:18; 8:58; 14:9; Flp 2:6; Rom 9:5; Col 1:15-17; DA [DTG] 469, 530; GC [CS]
495; 7ABC 437-40; TM 252; TA 209; RH 5 Abr 1906). La Biblia también afirma la
subordinación temporaria voluntaria de Cristo, el Hijo, para realizar la
salvación de la humanidad (Jn 5:19; 8:28, 54; 14:10, 28; 17:5; Fil 2:7-11; Col
1:18-20; Ef 1:23; Heb 1:8; 1 Cor 15:20-28; Is 9:6-7; Dan 7:13-14; Ap 11:15; PP
34; RH 29 oct 29, 1895; RH, 15 jun 1905; FLB 76). Las relaciones
interpersonales dentro de la Trinidad proveen el modelo supremo de amor y
autosacrificio por nosotros. Como tales, no nos entregan un modelo de
estructura gubernamental verticalista para la dirigencia humana dentro de la
iglesia.
Según la Biblia, Cristo es la única
cabeza de la iglesia y los miembros humanos de la iglesia de Cristo en forma
conjunta, tanto varones como mujeres, constituyen el cuerpo de Cristo (Ef
1:22-23; 5:23; Col 1:18; 2:19; cf. 1 Cor 11:3; Col 2:10). Así también, Elena de
White declara: “Es Cristo, no el ministro, quien es cabeza de la iglesia” (ST
27 ene 1890), y “Cristo es la única cabeza de la iglesia” (21MR 274; cf. DA
[DTG] 817, GC [CS] 51). Ni la Biblia ni los escritos de Elena de White aplican
el término cabeza en la iglesia a nadie más que a Cristo. Además, ni la Biblia
ni los escritos de Elena de White respaldan ninguna transferencia del papel de
cabeza en el hogar a funciones dentro del cuerpo de la iglesia.
Puesto que Cristo es la única cabeza
de la iglesia, ningún otro puede ser cabeza de iglesia. O sea, la función de
cabeza en la iglesia es exclusiva de Cristo e intransferible. Todos los que
desean seguir el método de ministerio de Cristo están imposibilitados de asumir
su función de cabeza en la iglesia, sino deben servir a otros de acuerdo al “sentir”
de Cristo (cf. Fil 2:5) y el gobierno moral de Dios. Desviarse de la función
exclusiva de Cristo como cabeza es seguir la práctica del enemigo de dominio y
gobierno falsificado, que contradice directamente y se opone al gobierno moral
de amor por parte de Dios.
Por consiguiente, la función de “cabeza”
en el hogar (Ef 5:23) no es transferible al ámbito de la iglesia. En realidad,
la idea de que la función de cabeza en el hogar podría o debiera transferirse a
otros ámbitos es una falacia “non sequitur” (es decir, no es una conclusión
lógica). Por ejemplo, el papel de una persona en su casa obviamente no puede
trasladarse a un papel similar o análogo en su lugar de trabajo.
Más allá de los problemas lógicos
inherentes a pasar de cabeza del hogar a cabeza en la iglesia, hay dos
fundamentos bíblicos racionales que excluyen tal traspaso. En primer lugar,
como ya se hizo notar, Cristo es la única cabeza de la iglesia. Cualquier
intento de hacer proliferar “cabezas” en la iglesia es por lo tanto inaceptable
pues es un paso hacia la usurpación de la función de cabeza exclusiva de
Cristo, que es el único mediador entre Dios y los humanos. Es antibíblico
hablar de cualquier tipo de función de cabeza en la iglesia salvo la de Cristo.
Ningún escritor inspirado enseña una
función de cabeza del varón respecto de la mujer en la creación. En cambio
Génesis 1 enseña que el varón y la mujer participan por igual en la imagen de
Dios, sin ninguna sugerencia de una subordinación anterior a la caída de parte
de uno al otro (Gen 1:27). Génesis 2 refuerza Gn 1 en este aspecto. La creación
de Eva a partir del costado de Adán muestra que ella debe estar “a su lado para
ser igual a él” (Gn 2:21-22; PP 46). Aunque diversas interpretaciones de Gn
3:16 han reconocido algún tipo de perturbación, después de la caída, de este
ideal igualitario anterior, la Biblia uniformemente nos llama al plan original
de Dios de plena igualdad sin jerarquías (Cant 7:10; Is 65:17, 25; cf. Gen
1:29-30). Los escritos de Pablo, aunque a menudo se los malentiende (2 Ped
3:16), mantienen este modelo edénico (Ef 5:21-23), sosteniendo con el resto de
la Biblia el ideal evangélico de restauración en última instancia del modelo
edénico (cf. Mat 19:8; 2 Cor 5:17; Gal 3:28). Elena de White también subraya el
paradigma redentor: “La mujer debe ocupar la posición que Dios le asignó
originalmente, como igual a su esposo” (AH [HA] 231). “El Señor desea que sus
siervos ministros ocupen una lugar digno de la más alta consideración. En la
mente de Dios, el ministerio de hombres y mujeres existía desde antes de la
creación del mundo” (18MR 380). “Infinita sabiduría diseñó el plan de
redención, que pone la raza [humana] en otro período de prueba al darle otro
tiempo de gracia” (3T 484; cf. PP 58-59, 1T 307-308).
En segundo lugar, todo miembro de la
iglesia es parte del cuerpo de Cristo, que es la única cabeza. Siendo que cada
miembro de la iglesia, varón o mujer, es parte del cuerpo de Cristo, un miembro
no puede al mismo tiempo ejercer la función de cabeza en la iglesia. Del mismo
modo, como Cristo es el Esposo exclusivo de la iglesia (que es metafóricamente
la esposa de Cristo), los miembros de iglesia no pueden al mismo tiempo ser
esposos de la iglesia sino que, colectivamente, hombres y mujeres juntos son la
esposa de Cristo. Que la iglesia como familia de Dios es análoga a las familias
humanas solo sirve para sugerir que los humanos debieran manifestar el amor de
Dios en sus relaciones de familia así como Cristo en relación con su esposa.
Dentro del cuerpo de Cristo, única
cabeza de la iglesia, todo miembro recibe dones espirituales: el Espíritu da a
"cada uno" (“hekastos”) individualmente como quiere (1 Cor 12:11). El
Espíritu Santo es dado a todos los creyentes en el tiempo del fin: “Y después
de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos y vuestras
hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán
visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu
en aquellos días” (Joel 2:28-30). Dentro de este mismo contexto, la Biblia
excluye el concepto elitista del cuerpo de Cristo al proclamar que “todos
fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya sean judíos o griegos, siervos o
libres, y a todos se nos dio a beber un mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es
un miembro, sino muchos” (1 Cor 12:13-14; cf. Gal 3:28). Por consiguiente,
ningún miembro del cuerpo “no es del cuerpo” no importa cuál sea su función (1
Cor 12:15-16) y por cierto, a aquellos que son considerados “menos honrosos” se
les concede honor más abundante (1 Cor 12:23).
En todo esto, cada don y ministerio es
nada sin amor, porque “el mayor de ellos es el amor” (1 Cor 13:13; ver todo el
cap. 13; cf. Rom 12:3-10; Ef 4:11-16). De nuevo, aquí, el amor desinteresado
que está en el centro del gobierno moral de Dios debiera reflejarse en servicio
humilde de unos a otros dentro del cuerpo de Cristo, su esposa, la iglesia.
Esto está reflejado en la Creencia Adventista Fundamental 14, “Unidad
en el cuerpo de Cristo”, que reza en parte:
“La iglesia es
un único cuerpo con muchos miembros, llamados de toda nación, tribu, lengua y
pueblo. En Cristo somos una nueva creación: las distinciones de raza, cultura,
educación y nacionalidad, y las diferencias entre los elevados y los humildes,
los ricos y los pobres, varones y mujeres, no deben causar divisiones entre
nosotros. Todos somos iguales en Cristo, quien por su único Espíritu nos ha
ligado en una única comunidad con él y los unos con los otros: hemos de servir
y ser servidos sin parcialidad ni reserva”.
No existe tercera categoría entre
Cristo cabeza y el cuerpo de Cristo, ni entre el esposo Cristo y la esposa, la
iglesia. El ministro no debe estar separado del cuerpo de Cristo, sino ser
también un miembro del cuerpo de Cristo y por lo tanto desempeñar un papel no
elitista de servicio a otros miembros y junto a ellos que corresponda a los
dones que el Espíritu concedió, de acuerdo al sacerdocio de todos los creyentes
(1 Ped 2:5-9; Ap 1:6; 5:10; cf. Ex 19:5-6). Por cuanto es el Espíritu quien da
dones a cada uno (varón y mujer), como él quiere (1 Cor 12:11; cf. 12, 18, 19,
27-31; Joel 2:28-29; Hch 2:18; Rom 12:4-8; Ef 4:11-12; 1 Ped 4:10), la iglesia
no confiere facultades espirituales ni dones a nadie, sino meramente reconoce
los dones que Dios ha concedido, y facilita las oportunidades de ministerio
correspondientes dentro del cuerpo de Cristo. Los ministerios de dirigencia
dentro de la iglesia dentro de la iglesia deben ser facilitados por el cuerpo
de la iglesia como reconocimiento de los dones particulares concedidos por el
Espíritu y de las características de dirigencia de servicio que reflejan el
gobierno moral de Dios de amor desinteresado (cf. Fil 2:5-8). De esa manera, tanto
individual como colectivamente, la iglesia debe completar su misión de
proclamar el mensaje de los tres ángeles y revelar el carácter de amor de Dios,
la última revelación de la misericordia de Dios al mundo (COL [LPGM] 415).
En resumen, toda forma de función de
cabeza pretendida por un mero ser humano, ya sea varón o mujer, usurpa la
función de cabeza exclusiva de Cristo sobre su iglesia. El servicio cristiano,
que incluye la dirigencia de la iglesia, ha de reflejar pero nunca usurpar la
dirigencia de Cristo. Por tanto, si bien el estilo de dirigencia de Cristo debe
reflejarse en los creyentes, la función particular de dirigencia por parte de
Cristo es exclusiva y no debe sufrir interferencia de ningún ser humano.
Solo Cristo es cabeza del cuerpo que
es la iglesia, de la cual todos los cristianos son miembros y subordinados a
él. Ningún dirigente humano, entonces, puede asumir con derecho una función de
cabeza dentro de la iglesia; el nivel más alto al cual puede “ascender” un
dirigente corresponde directamente a las profundidades a las que está dispuesto
a descender en servicio amante y humilde, entregándose a sí mismo por el cuerpo
de Cristo así como Cristo se entregó por su cuerpo que es su esposa, su amada
iglesia, el “objeto de su suprema consideración” (2SAT 215).
Afirmaciones y
Negaciones
1. Afirmamos que hay una sola cabeza
en la iglesia, Cristo, y que esta función de cabeza es intransferible e
inimitable. Por consiguiente la función particular de dirigencia de Cristo es
exclusiva.
2. Negamos que ser humano alguno pueda
asumir un papel de cabeza en la iglesia.
3. Afirmamos que la dirigencia en la
iglesia debe conformarse al modelo de dirigencia de servicio de Cristo y
basarse en el amor, reconociendo que el modo de dirigencia de Cristo debe
reflejarse en los dirigentes humanos.
4. Negamos todo gobierno de la iglesia
que resulte en una dirigencia sacramental, elitista y orientada a ser cabeza,
todo lo cual es una falsificación del gobierno mora de amor de Cristo, y usurpa
su función y autoridad exclusivas como cabeza de la iglesia que es su cuerpo, y
como esposo de su iglesia que es su esposa.
5. Afirmamos que los dirigentes de
iglesia tienen responsabilidades como mayordomos de los asuntos de la iglesia,
para ejecutar las decisiones de la iglesia tomadas en juntas y reuniones de
negocios.
6. Negamos que ser meramente humano
alguno esté investido con autoridad para tomar decisiones finales con respecto
a la enseñanza, los ritos, o la doctrina de la iglesia.
7. Afirmamos el sacerdocio de todos
los creyentes y que no hace falta ningún mediador [más que Cristo] entre Dios y
los humanos
8. Negamos toda elevación de
dirigentes humanos como mediadores entre Dios y los humanos o como cabeza de la
iglesia o en la iglesia.
NOTA: Algunas declaraciones
bíblicas que hablan de “gobernar” en nuestras versiones (ej. 1 Tim 5:17, “los
ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor”) usan la
raíz griega “proistemi” (cf. Rom 12:8; 1 Tes 5:12; 1 Tim 3:4-5, 12) que
significa literalmente “ponerse en pie delante, ponerse a la cabeza”, como
encabezando y ministrando en forma benéfica a la comunidad, y no se lo debiera
confundir con algún gobierno o soberanía monárquicos. En la LXX se refiere al
ministerio doméstico del siervo de un príncipe (2 Sam 13:17; cf. 1 Tim 3:4-5,
12), y su forma sustantiva femenina “prostatis” se refiere al ministerio de
Febe como “diákonos” (Rom 16:1-2).
Traductor: Dr. Aecio
Cairus.
Documento original: http://www.andrews.edu/sem/unique_headship_of_christ_ final.pdf
Noticia: Adventist
Review: http://www.adventistreview.org/church-news/andrews-theologians-approve-statement-on-church-leadership
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