15 oct 2012

La Deidad triuna trabajando en perfecta unidad.


Rafael Montesinos
New Jersey – Estados Unidos


“La Divinidad se conmovió de piedad por la humanidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar un plan de redención” (Elena G. de White, Consejos sobre Salud, 219).

En 1 Pedro 1:18-22 dice: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.”.

En estos versículos se hace meridianamente claro que el sacrificio de Cristo fue planificado antes de la fundación del mundo. Según Hebreos 9:14 el Espíritu Santo tuvo una parte activa en este plan. “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

En ocasión de la encarnación del Hijo de Dios, la Deidad Triuna obró en perfecta unidad. “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lc. 1:35).

Cuando Cristo fue bautizado, nuevamente estaba la Deidad Triuna presente. “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.” (Lc. 3:21,22).

En la resurrección de Cristo participaron el Padre y el Espíritu Santo. “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu.” (1P. 3:18).

Al analizar el texto griego podemos notar lo siguiente: Porque también Cristo una vez por [los] pecados padeció. Δικαιος υπερ αδικων ινα ημας ... σαρκι ζωοποιηθεις δε πνευματι siendo muerto en carne, pero vivificado en [virtud del, por] Espíritu... Otras versiones traducen la expresión griega δε πνευματι (de pneumati) “por el Espíritu”.

La expresión griega δε πνευματι (de pneumati) es un dativo y expresa la idea de algo hecho a favor de otra persona. En este caso expreza lo que el Espíritu hizo por Jesús. El Espíritu Santo resucitó a Jesús, de la misma forma que resucitará nuestros cuerpos mortales. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Ro. 8:11).

Cristo fue ungido con el Espíritu Santo en la tierra antes de dar comienzo a su ministerio mesiánico. “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” ¿Cuando ocurrió este ungimiento? En ocasión del bautismo de Jesús cuando el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como paloma. Por tal razón, cuando entró al templo dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.” (Lc. 4:18,19).

Nótese que nuevamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo continúan obrando a favor de la raza caída.

Luego que Cristo ascendió al cielo fue ungido antes de dar inicio a su ministerio en el santuario celestial. Esta ceremonia terminó el día de Pentecostés. El descenso del Espíritu Santo fue una confirmación fehaciente de este hecho. El Padre ungió al Hijo nuevamente, como lo hiciera en ocasión de su bautismo. Esta vez, antes de dar inicio a su obra como nuestro sumo sacerdote.

En los tiempos del Antiguo Testamento se ungía a los sacerdotes antes de que ellos iniciaran du oficio sacerdotal (Éx. 40:14,15) y de igual forma se ungía a los reyes (1R. 1:39). La unción era una investidura de autoridad con el objetivo de ejercer un oficio, ora fuese real o sacerdotal. Cristo no fue la excepción. El Padre y el Espíritu Santo nuevamente participaron en el ungimiento de Jesús en el santuario celestial.

“¿Habéis renacido? ¿Os habéis convertido en un nuevo ser en Cristo Jesús? Entonces cooperad con los tres grandes poderes del cielo que trabajan en favor de vosotros” (Com. de EGW, CBA, t. 7, 920).

“La eterna Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está involucrada en la acción requerida para dar seguridad al instrumento humano” (E. G. de White, Alza tus ojos, 146).


Rafael Montesinos
Máster en Religión de la Universidad de Andrews
Trabajó 20 años como pastor en la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico (1979-2009). Produjo programas de radio y televisión para la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico y para la cadena de Los Tres Ángeles (3ABN).
Además, también apoya como consejero del Ministerio de Investigación Adventista y consejero editorial de la revista digital bíblico-teológica Didajé.

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