La divinidad de Cristo según la Biblia
Gerhard Pfandl
Director Asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General
La evidencia bíblica demuestra en forma contundente que Cristo es
plenamente Dios.
Un
elemento sumamente importante de la doctrina de la Trinidad es la divinidad de
Cristo. De acuerdo con la enseñanza de que hay un Dios en tres Personas, y que
cada una de ellas es plenamente divina, es importante que verifiquemos lo que
las Escrituras enseñan acerca de la divinidad de Cristo. Hay pasajes en el
Nuevo Testamento que confirman su plena divinidad.
Cristo es Dios
Juan 1:1-3, 14. “En el principio era
el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La frase “en el
principio” nos lleva al comienzo del tiempo. Si el Verbo estaba “en el
principio”, entonces no tuvo principio; esta es una manera de decir que es
eterno.
La expresión “el Verbo era con Dios”
nos dice que el Verbo es una persona diferente, separada. El Verbo no estaba
“en” Dios, sino “con” Dios.
“Y el Verbo era Dios”. El Verbo no
era una emanación de Dios, sino Dios mismo. El versículo 14 identifica
claramente quién es el Verbo: nuestro Señor Jesucristo.
Juan 20:28. “Entonces Tomás
respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” Ni Cristo ni Juan desaprobaron la
declaración de Tomás cuando llamó a Cristo “Dios mío”; al contrario, este
episodio constituye un punto culminante en el relato del evangelista, que
inmediatamente después comunica a sus lectores: “Hizo además Jesús muchas otras
señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este
libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (vers. 30, 31).
Este evangelio –dice Juan– fue escrito a fin de convencer a otras personas para
que imiten a Tomás en el reconocimiento de Cristo como “Señor mío y Dios mío”.
Filipenses 2:5-7. Este pasaje se
escribió para ilustrar la humildad de Cristo, pero es uno de los textos que
apoyan su divinidad. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma (morphé)
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Sino que se
despojó (se anonadó) a sí mismo, tomando forma (morphé) de siervo, hecho semejante a los hombres”.
MORPHÉ,
que significa “forma” o “apariencia visible”, es una palabra que describe
la naturaleza genuina, la esencia de
una cosa. “No se refiere a una forma mutable, sino a una forma específica de la
cual depende la identidad y la condición de algo”.[1] Morphé contrasta con SJEMATI (Fil. 2:8), que también
significa forma, pero en el sentido de apariencia
superficial y no de esencia.
El texto deja muy en claro que Jesús
no codició el hecho de ser “igual a Dios”; no intentó aferrarse de la igualdad a
Dios que poseía por derecho propio. En otras palabras, no intentó retener por
la fuerza su igualdad con Dios. Al contrario, “lo consideró una oportunidad
para renunciar a toda ventaja o privilegio derivados de ese hecho; y como una
ocasión para empobrecerse y sacrificarse a sí mismo sin reserva alguna”.[2] Ese es el significado de la expresión “se despojó a sí mismo”. Su igualdad con
Dios era algo que le correspondía por derecho propio; y alguien igual a Dios
debe sin duda ser Dios. Por eso, según este pasaje, Jesús era divino en el más
pleno sentido de la palabra.
Colosenses 2:9. “Porque en él habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En Colosenses 1:19 y 2:9, Pablo
usa la palabra “plenitud” con el fin de describir la suma total de cada función
de la Deidad.
Esa plenitud moraba corporalmente en
Cristo incluso durante su encarnación. Retuvo todos los atributos esenciales de
la Divinidad, aunque no los empleó en beneficio propio.
Tito 2:13. Pablo describió a los
creyentes como personas que aguardaban “la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. Notemos
que: 1) el pronombre queoel 2:32, donde otra vez la palabra “Señor” es la traducción del hebreo Yahweh.
Estos y otros pasajes (Juan 19:37, comparado con Zac. 12:1, 10; Heb. 1:10-12, comparado con Sal. 102:25-27) indican que, al menos en varias ocasiones, el nombre Yahweh se aplica a Cristo.
Jesús era consciente de su divinidad
Cristo nunca afirmó directamente su divinidad, pero declaró que era el Hijo de Dios (Mat. 24:36; Luc. 10:22; Juan 11:4). Y, de acuerdo con la idea hebrea acerca de la filiación, todo lo que es el padre también lo es el hijo. Cuando Jesús afirmó que era Hijo de Dios, los judíos entendieron perfectamente que decía que era igual al Padre: “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18; ver también Juan 10:33).
Muchas veces Cristo dijo ser suyo lo que pertenece a Dios. “Se refirió a los ángeles de Dios (Luc. 12:8, 9; 15:10) como si fueran suyos (Mat. 13:41). Dijo que el Reino y los elegidos de Dios (Mar. 12:28; 19:14, 24; 21:31, 34; Mat. 13:20) eran de su propiedad”.[3] En Lucas 5:20, Jesús perdonó los pecados del paralítico; y los judíos, al recordar Isaías 43:25, cuestionaron: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Al perdonar pecados, Jesús se estaba identificando como Dios.
La divinidad de Cristo también aparece en la forma en que conjugó el presente del verbo “ser” cuando les respondió a los judíos: “Antes que Abrahán fuese (genesthai), yo soy (ego eimi)” (Juan 8:58). Al usar las palabras genesthai, “que viniera a la existencia”, y ego eimi, “Yo Soy”, Jesús estaba contrastando su existencia eterna con el comienzo históric se encuentra delante de “Dios” y “Salvador” une esos
dos sustantivos, de modo que ambos designan al mismo objeto. Por eso,
Jesucristo es “nuestro gran Dios y Salvador”. 2) el contexto del versículo 14
se refiere sólo a Cristo. 3) Esa interpretación está en armonía con otros
pasajes como Juan 20:28; Romanos 9:5; Hebreos 1:8 y 2 Pedro 1:1, de modo que
este texto es una afirmación más de la divinidad de Cristo.
Cristo es Yahweh
Mateo 3:3. “Voz del que clama en el desierto: preparad el
camino del Señor”. De acuerdo con el versículo 1, este texto de Isaías se
refiere a Juan el Bautista, que era el precursor del Mesías. En Isaías 40:3, la
palabra traducida como “Señor” es Yahweh.
De manera que el camino que Juan debía preparar no era para otro sino para el
mismo Jehová.
Romanos 10:13. “Porque todo aquél
que invocare el nombre del Señor, será salvo”. El contexto (vers. 6-12) deja en
claro que, al decir “Señor”, Pablo se está refiriendo a Cristo. El texto
pertenece a una cita de Jo de la existencia de Abrahám. Por lo menos, así lo
interpretaron los judíos: ellos entendieron que Jesús estaba afirmando que era Yahweh, el “Yo Soy” de la zarza ardiente
(Éxo. 3:14). Por eso, tomaron piedras para lapidarlo (Juan 8:59).
Finalmente,
el hecho de que Jesús haya aceptado que se lo adorara pone en evidencia que él
mismo reconocía su deidad. Después de que se les apareció a los discípulos
andando sobre las aguas, “vinieron y le adoraron” (Mat. 14:33). El ciego que
recuperó la vista después de lavarse en el estanque de Siloé, “lo adoró” (Juan
9:38). Después de la resurrección, los discípulos fueron a Galilea, donde se
les apareció, y “lo adoraron” (Mat. 28:17).
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[1]W. Poehlmann, Exegetical Dictionay of the New Testament [Diccionario
exegético del Nuevo Testamento] (Eerdmans, 1981), t. 1, p. 443.
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