1 ago 2012


¿Se puede confiar en la profecía bíblica?
La experiencia de Daniel[1]


William H. Shea

La profecía es crucial para la fe y las creencias adventistas. Es sobre la base de la profecía bíblica que se fundó el movimiento adventista, con la convicción de que la historia llegará a su clímax en ocasión de la segunda venida de Cristo. Hacia esa culminación gloriosa se dirige la historia que terminará en el momento en que Dios destruya el pecado y a Satanás para siempre y abra las puertas de la eternidad para los redimidos de todas las edades. La interpretación adventista de los eventos de los últimos días se basa en las profecías de Daniel y Apocalipsis, además de otras declaraciones proféticas de la Biblia. Sin embargo, muchos cristianos y no cristianos han cuestionado la autenticidad de la profecía bíblica y tienden a rechazar la interpretación adventista como esencialmente especulativa.

Esta acusación no debe aceptarse sin realizar un serio estudio teológico e histórico de la profecía bíblica para constatar si es digno de creer, o no. Un breve análisis al libro de Daniel muestra que su contenido profético es confiable desde la historia y significativo desde la teología. Este artículo así lo muestra.

El libro de Daniel se divide claramente en dos mitades. La primera relata parte de la historia neobabilónica, especialmente al incluir el relato de Daniel y sus tres compañeros (caps. 1-6). La segunda parte presenta algunas profecías altamente simbólicas y de largo alcance que son llamadas apocalípticas (caps. 7-12). La primera parte también contiene profecías que, con excepción del sueño de Nabucodonosor del capítulo 2, involucran mayormente a personas, lugares y eventos locales. Las profecías relacionadas con Nabucodonosor en el capítulo 4 y con Belsasar en el 5 se parecen más a las profecías “clásicas” que se encuentran, por ejemplo, en Isaías y Jeremías.

Esta gama cronológica de profecías nos brinda la oportunidad de relacionar estas predicciones con el cumplimiento histórico en una escala que va desde el tiempo cercano a Daniel hasta un período intermedio posterior a su vida y que alcanza las profecías futuras de siglos después.

Una profecía cercana: La caída de Belsasar

El capítulo 5 de Daniel narra lo que sucedió en el palacio de Babilonia la noche en que la ciudad cayó en poder de los medos y los persas. El rey, que es identificado como Belsasar, invitó a sus nobles y funcionarios a un gran banquete. Sin duda creía que los persas que sitiaban Babilonia no tenían posibilidad de lograr su meta, debido a las extraordinarias y sólidas fortificaciones de la ciudad.

En el transcurso de la fiesta, apareció una escritura sobrenatural en la pared de la cámara del palacio donde se llevaba a cabo el banquete. Las cuatro palabras escritas allí eran tan misteriosas que ninguno de los sabios de Babilonia pudo interpretarlas. Se llamó entonces a Daniel, que era recordado por un episodio previo de interpretación. Él pudo leer la escritura y decirle al rey el significado: había sido pesado en la balanza del juicio divino y había sido hallado falto. Su reino le sería quitado y dado a los medos y persas.

Esta profecía se cumplió esa misma noche cuando las fuerzas invasoras entraron en la ciudad utilizando la estrategia de desviar el curso del río Éufrates. Babilonia fue conquistada sin ninguna batalla. Belsasar fue muerto y su reino pasó a manos de los medos y los persas.

En primera instancia, se podría pensar que no hay forma de constatar mediante fuentes históricas el cumplimiento de esta profecía. Si bien es verdad que sería muy difícil demostrar que ésta fue dada la misma noche de su cumplimiento, existen métodos indirectos para evaluar su contexto.

En cierto momento, la existencia de Belsasar era desconocida. Su padre Nabonido aparecía como el último rey del período neobabilónico. A partir de 1861 el nombre de Belsasar, como príncipe heredero, comenzó a aparecer en tablillas cuneiformes que se estaban traduciendo. Estas referencias se sucedieron hasta que en 1929 se publicó una tablilla conocida como “El relato en verso de Nabonido”. Esta importante tablilla indicaba que Nabonido había “confiado su autoridad” a Belsasar cuando viajó por largo tiempo a Tema, en Arabia. De esta manera se obtuvieron evidencias de que Belsasar fue algo así como con un corregente o rey.

El episodio descrito en Daniel 5 es específico. Indica que cuando Daniel ingresó a la sala del trono para leer la escritura en la pared, el rey presente era Belsasar, no Nabonido. Era de esperar que Nabonido estuviera a cargo de ese banquete, pero él ni siquiera es mencionado en la narrativa, lo que implica que ni siquiera estaba en el palacio esa noche. Si no estaba en el palacio, ¿dónde estaba?

Un texto babilónico conocido como “La crónica de Nabonido” nos dice que Babilonia fue tomada sin lucha el 16 de Tishri del año 17 y último del reinado de Nabonido. Esto puede equipararse con el 12 de octubre del año 539 a.C. En ese momento, según la misma crónica, Nabonido se encontraba frente a una división del ejército babilonio, peleando con Ciro y los persas en un paraje cercano a la ciudad llamada Opis, sobre el río Tigris. De esta manera, se comprueba que no se encontraba en Babilonia la noche de la caída.

Este hubiera sido un punto en que Daniel muy fácilmente hubiera podido cometer un error mencionado a Nabonido en la sala de banquetes esa noche, pero el escritor sabía que el rey presente era Belsasar, el joven corregente, así como sabía que no era Nabonido, el corregente mayor, ya que éste se encontraba en el campo de batalla con el ejército babilonio.

¿Cómo pudo haber tenido el escritor de este capítulo conocimientos tan exactos acerca de quién estaba en la ciudad y quién no? La respuesta es: porque esa noche él era un testigo ocular en el palacio. Si su conocimiento acerca de este hecho central fue tan exacto, creo que podemos confiar en su registro relacionado con la profecía de lo que sucedería esa misma noche.

Una profecía de duración intermedia: El surgimiento de Alejandro

La profecía de Daniel capítulo 8 comienza con una descripción de lo que lograría el reino medopersa, por medio del símbolo del carnero airado. Este carnero es identificado con Medo-Persia (Daniel 8:20). Lo sigue simbólicamente un macho cabrío que representa a Grecia (Daniel 8:2-8, 21). Este macho cabrío tiene un cuerno notable, como un unicornio que representa a su primer rey que inicia la guerra contra el carnero persa.

Históricamente sabemos que este “cuerno” es Alejandro Magno, que formó un ejército e invadió el Cercano Oriente derrotando a los persas y conquistando todo el territorio en una campaña relámpago que duró sólo tres años.

Algunos críticos han sostenido que esto no fue profecía, sino historia escrita con posterioridad, como si fuera profecía. Sin embargo, hay un relato interesante en los escritos de Josefo que indica que esta profecía ya era conocida en el siglo IV a.C., mucho antes del tiempo cuando, dicen los críticos, se escribió el libro (siglo II a.C.).

El relato habla de la campaña de Alejandro por la costa de Siria y Palestina. En camino a Egipto, decidió apartarse de la ruta principal hacia el sur e ir a Jerusalén. Cuando llegó a la ciudad, uno de los sacerdotes tomó el rollo de Daniel y le mostró el lugar donde se lo mencionaba en la profecía como el griego que derribaría el imperio persa. Impresionado por la referencia profética de sí mismo, Alejandro preguntó a los líderes judíos qué podía hacer por ellos. Éstos le pidieron que los libere de impuestos durante los años sabáticos cuando dejaban los campos en barbecho y no realizaban la cosecha. Se dice que Alejandro les otorgó lo solicitado. El pasaje de Josefo dice lo siguiente:

“Y cuando se le mostró el libro de Daniel, donde Daniel declaraba que uno de los griegos destruiría el imperio de los persas, supuso que él era la persona prevista; y al alegrarse entonces, despidió a la multitud por el momento, pero al día siguiente los llamó, y les mandó que pidieran los favores que de él quisiesen, a lo que el sumo sacerdote deseó que pudieran disfrutar de las leyes de sus antepasados, y pudieran estar eximidos de tributo los séptimos años. Alejandro les otorgó todo lo deseado, y cuando le solicitaron que permitiera a los judíos de Babilonia y Media disfrutar también de sus propias leyes, de buena gana prometió que de allí en más harían lo que desearan”.[2]

Si el relato de Josefo es exacto, entonces la profecía de Daniel 8, incluyendo el gran cuerno de Grecia que era Alejandro, ya existía en el siglo IV a.C. Esto no sólo brinda evidencias de la composición temprana del libro de Daniel, sino que también muestra de qué manera un elemento de esta profecía halló su cumplimiento y fue reconocido al hacerse realidad.

No es necesario decir que una vez más, los críticos de la naturaleza predictiva de Daniel rechazan el relato como no histórico. En el relato mismo, sin embargo, hay ciertas evidencias que testifican de la naturaleza histórica del encuentro de Alejandro y los sacerdotes en Jerusalén. Esa evidencia proviene de una referencia al año sabático en este contexto.

En fuentes extrabíblicas, se han hallado alrededor de una docena de referencias a años sabáticos. Estos textos e inscripciones dan los equivalentes de esos años sabáticos en términos de otros calendarios. Es así que puede completarse una tabla de años sabáticos. El año en que se produjo esta entrevista con Alejandro fue el 331 a.C. Según la tabla de los años sabáticos, 331 fue de hecho un año sabático. Ahora que Judea había sido tomada por el rey macedonio, los líderes judíos podían ver el problema que deberían enfrentar cuando tuvieran que rendirle tributos. No tendrían cosecha para pagarle los impuestos. De allí la urgencia de su pedido.

Este mínimo detalle, el pedido basado en el año sabático, es una prueba de que el episodio realmente sucedió, y de que la transición histórica que se produjo había sido en realidad profetizada por Daniel antes de que sucediera.[3]

Una profecía a largo plazo: El surgimiento y la caída de Roma

En Daniel capítulos 2 y 7 se presentan profecías paralelas acerca de cuatro imperios del Mediterráneo y el Cercano Oriente. Daniel 2 relata los eventos que se produjeron en torno a un sueño dado al rey Nabucodonosor que los sabios de Babilonia no pudieron describir o interpretar. Sin embargo, Daniel pudo describir con éxito el sueño e interpretarlo. Usando los símbolos de los cuatro metales que conformaban la impresionante estatua de Daniel 2, el profeta describió la sucesión de estos cuatro grandes imperios: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma.

A algunos no les agradan estas evidencias bien directas del conocimiento previo de Dios en la profecía, y se han opuesto a esta postura afirmando que el autor del libro de Daniel no vivió en el siglo VI a.C. cuando se dio la profecía. Según ellos, vivió en el siglo II a.C. y utilizó el seudónimo de Daniel para escribir acerca de los eventos que ya habían tenido lugar. De esta manera, sostienen los críticos, Daniel es en realidad historia escrita como si fuera profecía.

Puede evaluarse este argumento, sin embargo, para ver cuán bien concuerda con los datos. Si el autor de Daniel escribió en el siglo II a.C. y era sólo un historiador, no un verdadero profeta, ¿qué clase de predicciones podría haber hecho? Existen dos posibilidades. En primer lugar, podría haber dicho que el cuarto reino, Roma, que era más poderoso que todos los anteriores, permanecería para siempre. Esta era probablemente la postura más común respecto del futuro en el siglo II a.C., ya que Roma había llegado a ser preeminente. (Eso creía Flavio Josefo, el historiador judío del siglo I, cuando se ocupó de esta porción del libro de Daniel, ya que no menciona las divisiones o el reinado de la piedra que seguiría). Por otra parte, el escritor podría haber razonado que si se habían sucedido cuatro grandes reinos mundiales, podría haber un quinto, un sexto, un séptimo, y así sucesivamente. En otras palabras, la secuencia debería continuar. Después de Roma, otro gran poder mundial aparecería, y así sucesivamente.

Un historiador que escribiera en el siglo II a.C. sin contar con el conocimiento previo divino, habría tenido estas dos alternativas: o Roma permanecía para siempre o la seguirían otros grandes poderes mundiales.

El escritor del libro de Daniel no abrazó ninguna de estas dos posibilidades lógicas. Al rechazar la idea de que habría otros poderes mundiales, dijo que el cuarto poder sería quebrantado en partes y que esas partes continuarían y lucharían entre sí hasta que Dios estableciera su reino. Asimismo, rechazó la idea de que Roma continuaría para siempre; este cuarto reino sería quebrantado. De hecho, eso es lo que pasó cuando las invasiones bárbaras asolaron Roma en los siglos V y VI d.C.

¿Cómo fue que el autor de Daniel sabía, con varios siglos de anticipación, que Roma sería dividida en partes, que no permanecería para siempre ni sería reemplazada por otro gran reino mundial? ¿Cómo es que eligió la posibilidad menos probable para el futuro desde un punto de vista de la lógica humana? La respuesta es que no se apoyaba en la lógica humana, sino en el conocimiento previo que Dios le había dado.

Resumen

Hay muchas profecías en la Biblia, cuyos escritores dicen que se cumplieron, aunque los registros de estos cumplimientos se hallan solamente en la Biblia. En estos casos no existen evidencias externas que confirmen el cumplimiento. Sin embargo, en el caso de muchas profecías, las evidencias externas indican que se cumplieron. Las expuestas más arriba lo demuestran.

Las profecías bíblicas operan en varios niveles. Algunas fueron dirigidas a individuos, otras a pueblos o ciudades y algunas a reinos o naciones. Sucede lo mismo en términos de tiempo. Algunas profecías tenían que ver con circunstancias inmediatas, otras se ocupaban de los eventos en un futuro relativamente cercano y otras pueden ser clasificadas como predicciones a largo plazo, que abarcan siglos. Lo tratado en este artículo cubre estas tres posibilidades.

El factor común en todos estos casos es que existen evidencias externas que demuestran la exactitud de las predicciones, lo que brinda evidencias de que las profecías han sido escritas sobre una base que trasciende las conjeturas humanas. Dan testimonio de un Dios que brindó informaciones confidenciales a sus siervos, los profetas. Esta es una buena razón adicional para creer en la existencia del Dios de la Biblia.[4]


William H. Shea (M.D., Loma Linda University; Ph.D., University of Michigan)
Trabajó como médico misionero, profesor de teología y director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.
Este ensayo está basado en un estudio más extenso publicado en The Big Argument: Does God Exist? editado por John Ashton y Michael Westacott (Master Books, 2005).



1Publicado en la revista Diálogo Universitario, 19/1 (2007): 8-10.

[2]Josephus, Antiquities of the Jews, libro 11, capítulo 8, párrafos 337, 338.

[3]Se pueden consultar las tablas de los años sabáticos de los judíos en B. Z. Wacholder, “The Calendar of Sabbatical Cycles During the Second Temple and the Early Rabbinic Period” (El calendario de los ciclos sabáticos durante el período del segundo templo) Hebrew Union College Annual (1973), 153-196.

[4]Lecturas adicionales:

Por textos relacionados con Belsasar y una síntesis de ellos, véase R. P. Dougherty, Nabonidus and Belshazzar (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 1929).

Por una colección muy útil de textos cuneiformes traducidos, especialmente fuentes babilónicas relacionadas con los temas de este artículo, véase J. B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1955).

Por una revisión útil de la historia babilónica, véase H. W. F. Saggs, The Greatness That Was Babylon (Nueva York: Hawthorn Books, 1962).

Por la historia de la interpretación de los cuatro reinos en las profecías de Daniel a través de la historia y la presencia de Alejandro Magno en Daniel 8, véase L. E. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, vols. I-IV (Washington, D.C.: Review and Herald Publ. Assn., 1950-1954).

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