12 mar 2013


El orden de la adoración[1] 
Ángel Manuel Rodríguez


¿Qué puede decir del orden bíblico de la adoración? ¿Qué es lo correcto? ¿Cómo y cuándo debería llevarse a cabo?

La adoración pública requiere algún tipo de orden. Por medio de la realización de ritos específicos, los adoradores expresan su amor y gratitud al Creador y Redentor. No es posible brindar una secuencia específica de actos que deben llevarse a cabo durante la adoración, pero puedo mencionar algunos de los principales elementos y su significado. Todo lo que sucede durante la hora de adoración debería tener una base bíblica.
       1. Adoramos a Dios: Cuando nos reunimos debemos tener la clara convicción de que vamos a adorar a Dios. Todo lo que nos distraiga debería ser descartado. De hecho, cuando Dios es desplazado y los seres humanos se convierten en el centro, la adoración se transforma en idolatría. Ante la tentación de seguir a los ídolos, Dios le dijo a Israel: “¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes?” (Isa. 46:5). Dios parece decir: Exploren el universo y vean de encontrar a alguien como yo. Si lo hallan, adórenlo. Pero inmediatamente añade: “Yo soy Dios, y no hay otro Dios, ni nada semejante a mí” (versículo 9).
      2. Oramos: Orar es uno de los actos más sublimes de adoración privada y colectiva, por el cual nos ponemos en contacto con el Señor. Las posturas físicas que adoptamos al orar son significativas; deberíamos pensar en ellas cuando adoramos. Cuando nos arrodillamos, rendimos nuestras vidas a Dios. Descendemos voluntariamente al polvo de donde fuimos creados, reconocemos que nuestras vidas pertenecen a Dios y esperamos que él nos otorgue sus bendiciones. A veces oramos de pie. Esta era la postura de los que se acercaban al rey en busca de audiencia (véase Ester 5:2). Cuando nos ponemos de pie para orar nos colocamos como congregación delante de nuestro Rey en audiencia privada. En otras ocasiones, oramos sentados. Esta es la postura de un estudiante o niño que espera ser guiado o instruido por el Señor, para poder servirlo (cf. 2 Rey. 4:38; Eze. 8:1; 2 Sam. 7:18). Mediante la oración expresamos nuestra gratitud a Dios por las bendiciones recibidas y le pedimos que nos dé fuerzas para vencer los desafíos y las tentaciones.
      3. Cantamos: Nuestros cánticos se dirigen a Dios, no a la congregación. Ésta adopta el mensaje de los cánticos y los ofrece a Dios como si fueran propios. Los himnos no deberían hablar de “mí” o de “nosotros”, sino del Ser que estamos adorando. Así es como expresamos nuestros sentimientos, necesidades, amor y alabanzas a Dios por sus abundantes bendiciones. El canto congregacional es un ritual por el cual se expresa colectivamente la unidad de la iglesia, porque los feligreses elevan sus voces para alabar al Señor con el mismo espíritu, fe y propósito. La unidad de la iglesia y su unión con el Señor resucitado se expresan de manera única por medio de este canto conjunto. Esta unión se logra a través de la expresión de sentimientos religiosos comunes y de una fe que da forma a nuestra identidad y nos permite incorporarnos a los cánticos de la familia celestial (cf. Sal. 148).
      4. Ofrendamos: La expresión de nuestra gratitud a Dios alcanza un clímax particular durante la recolección de los diezmos y las ofrendas. Ese momento reafirma nuestro pacto con el Señor. Mediante nuestros diezmos y ofrendas reconocemos que Dios nos ha bendecido durante la semana, que es nuestro Señor y que todo lo que tenemos le pertenece. Nuestras ofrendas indican que nuestro amor por él fluye libremente de un corazón agradecido.
      5. Proclamamos la Palabra: Cada sábado, proclamamos la palabra desde el centro de la plataforma. La adoración está centrada en la revelación que Dios hace de sí mismo por medio de las Escrituras. Es un acto racional, porque la voz divina resulta inteligible. Vamos a aprender de la Palabra, a ser animados por ella, a recibir instrucción para el servicio cristiano, a ser disciplinados y a regocijarnos en las buenas nuevas de salvación por medio de Cristo. Esto coloca una pesada responsabilidad sobre los predicadores y también sobre los que escuchan el mensaje. El propósito del sermón no es crear confusión u ocuparse de controversias teológicas, sino permitir que la congregación oiga el mensaje del Señor por medio de las Escrituras. Así nos aproximamos a Dios con corazones abiertos en humildad y sumisión.



[1]Biblical Research Institute, http://www.adventistbiblicalresearch.org/preguntasbiblicas/orden%20adoracion.htm

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