¿Se puede confiar en la
profecía bíblica?
La experiencia de Daniel[1]
William H. Shea
La
profecía es crucial para la fe y las creencias adventistas. Es sobre la base de
la profecía bíblica que se fundó el movimiento adventista, con la convicción de
que la historia llegará a su clímax en ocasión de la segunda venida de Cristo.
Hacia esa culminación gloriosa se dirige la historia que terminará en el
momento en que Dios destruya el pecado y a Satanás para siempre y abra las
puertas de la eternidad para los redimidos de todas las edades. La
interpretación adventista de los eventos de los últimos días se basa en las
profecías de Daniel y Apocalipsis, además de otras declaraciones proféticas de
la Biblia. Sin embargo, muchos cristianos y no cristianos han cuestionado la
autenticidad de la profecía bíblica y tienden a rechazar la interpretación
adventista como esencialmente especulativa.
Esta
acusación no debe aceptarse sin realizar un serio estudio teológico e histórico
de la profecía bíblica para constatar si es digno de creer, o no. Un breve
análisis al libro de Daniel muestra que su contenido profético es confiable
desde la historia y significativo desde la teología. Este artículo así lo
muestra.
El
libro de Daniel se divide claramente en dos mitades. La primera relata parte de
la historia neobabilónica, especialmente al incluir el relato de Daniel y sus
tres compañeros (caps. 1-6). La segunda parte presenta algunas profecías
altamente simbólicas y de largo alcance que son llamadas apocalípticas (caps.
7-12). La primera parte también contiene profecías que, con excepción del sueño
de Nabucodonosor del capítulo 2, involucran mayormente a personas, lugares y
eventos locales. Las profecías relacionadas con Nabucodonosor en el capítulo 4
y con Belsasar en el 5 se parecen más a las profecías “clásicas” que se
encuentran, por ejemplo, en Isaías y Jeremías.
Esta
gama cronológica de profecías nos brinda la oportunidad de relacionar estas
predicciones con el cumplimiento histórico en una escala que va desde el tiempo
cercano a Daniel hasta un período intermedio posterior a su vida y que alcanza
las profecías futuras de siglos después.
Una profecía cercana:
La caída de Belsasar
El
capítulo 5 de Daniel narra lo que sucedió en el palacio de Babilonia la noche
en que la ciudad cayó en poder de los medos y los persas. El rey, que es
identificado como Belsasar, invitó a sus nobles y funcionarios a un gran
banquete. Sin duda creía que los persas que sitiaban Babilonia no tenían
posibilidad de lograr su meta, debido a las extraordinarias y sólidas
fortificaciones de la ciudad.
En
el transcurso de la fiesta, apareció una escritura sobrenatural en la pared de
la cámara del palacio donde se llevaba a cabo el banquete. Las cuatro palabras
escritas allí eran tan misteriosas que ninguno de los sabios de Babilonia pudo
interpretarlas. Se llamó entonces a Daniel, que era recordado por un episodio
previo de interpretación. Él pudo leer la escritura y decirle al rey el
significado: había sido pesado en la balanza del juicio divino y había sido
hallado falto. Su reino le sería quitado y dado a los medos y persas.
Esta
profecía se cumplió esa misma noche cuando las fuerzas invasoras entraron en la
ciudad utilizando la estrategia de desviar el curso del río Éufrates. Babilonia
fue conquistada sin ninguna batalla. Belsasar fue muerto y su reino pasó a
manos de los medos y los persas.
En
primera instancia, se podría pensar que no hay forma de constatar mediante
fuentes históricas el cumplimiento de esta profecía. Si bien es verdad que
sería muy difícil demostrar que ésta fue dada la misma noche de su
cumplimiento, existen métodos indirectos para evaluar su contexto.
En
cierto momento, la existencia de Belsasar era desconocida. Su padre Nabonido
aparecía como el último rey del período neobabilónico. A partir de 1861 el
nombre de Belsasar, como príncipe heredero, comenzó a aparecer en tablillas
cuneiformes que se estaban traduciendo. Estas referencias se sucedieron hasta
que en 1929 se publicó una tablilla conocida como “El relato en verso de Nabonido”.
Esta importante tablilla indicaba que Nabonido había “confiado su autoridad” a
Belsasar cuando viajó por largo tiempo a Tema, en Arabia. De esta manera se
obtuvieron evidencias de que Belsasar fue algo así como con un corregente o
rey.
El
episodio descrito en Daniel 5 es específico. Indica que cuando Daniel ingresó a
la sala del trono para leer la escritura en la pared, el rey presente era
Belsasar, no Nabonido. Era de esperar que Nabonido estuviera a cargo de ese
banquete, pero él ni siquiera es mencionado en la narrativa, lo que implica que
ni siquiera estaba en el palacio esa noche. Si no estaba en el palacio, ¿dónde
estaba?
Un
texto babilónico conocido como “La crónica de Nabonido” nos dice que Babilonia
fue tomada sin lucha el 16 de Tishri del año 17 y último del reinado de
Nabonido. Esto puede equipararse con el 12 de octubre del año 539 a.C. En ese
momento, según la misma crónica, Nabonido se encontraba frente a una división
del ejército babilonio, peleando con Ciro y los persas en un paraje cercano a
la ciudad llamada Opis, sobre el río Tigris. De esta manera, se comprueba que
no se encontraba en Babilonia la noche de la caída.
Este
hubiera sido un punto en que Daniel muy fácilmente hubiera podido cometer un
error mencionado a Nabonido en la sala de banquetes esa noche, pero el escritor
sabía que el rey presente era Belsasar, el joven corregente, así como sabía que
no era Nabonido, el corregente mayor, ya que éste se encontraba en el campo de
batalla con el ejército babilonio.
¿Cómo
pudo haber tenido el escritor de este capítulo conocimientos tan exactos acerca
de quién estaba en la ciudad y quién no? La respuesta es: porque esa noche él
era un testigo ocular en el palacio. Si su conocimiento acerca de este hecho
central fue tan exacto, creo que podemos confiar en su registro relacionado con
la profecía de lo que sucedería esa misma noche.
Una profecía de
duración intermedia: El surgimiento de Alejandro
La
profecía de Daniel capítulo 8 comienza con una descripción de lo que lograría
el reino medopersa, por medio del símbolo del carnero airado. Este carnero es
identificado con Medo-Persia (Daniel 8:20). Lo sigue simbólicamente un macho
cabrío que representa a Grecia (Daniel 8:2-8, 21). Este macho cabrío tiene un
cuerno notable, como un unicornio que representa a su primer rey que inicia la
guerra contra el carnero persa.
Históricamente
sabemos que este “cuerno” es Alejandro Magno, que formó un ejército e invadió
el Cercano Oriente derrotando a los persas y conquistando todo el territorio en
una campaña relámpago que duró sólo tres años.
Algunos
críticos han sostenido que esto no fue profecía, sino historia escrita con
posterioridad, como si fuera profecía. Sin embargo, hay un relato interesante
en los escritos de Josefo que indica que esta profecía ya era conocida en el
siglo IV a.C., mucho antes del tiempo cuando, dicen los críticos, se escribió
el libro (siglo II a.C.).
El
relato habla de la campaña de Alejandro por la costa de Siria y Palestina. En
camino a Egipto, decidió apartarse de la ruta principal hacia el sur e ir a
Jerusalén. Cuando llegó a la ciudad, uno de los sacerdotes tomó el rollo de
Daniel y le mostró el lugar donde se lo mencionaba en la profecía como el
griego que derribaría el imperio persa. Impresionado por la referencia
profética de sí mismo, Alejandro preguntó a los líderes judíos qué podía hacer
por ellos. Éstos le pidieron que los libere de impuestos durante los años
sabáticos cuando dejaban los campos en barbecho y no realizaban la cosecha. Se
dice que Alejandro les otorgó lo solicitado. El pasaje de Josefo dice lo
siguiente:
“Y
cuando se le mostró el libro de Daniel, donde Daniel declaraba que uno de los
griegos destruiría el imperio de los persas, supuso que él era la persona
prevista; y al alegrarse entonces, despidió a la multitud por el momento, pero
al día siguiente los llamó, y les mandó que pidieran los favores que de él
quisiesen, a lo que el sumo sacerdote deseó que pudieran disfrutar de las leyes
de sus antepasados, y pudieran estar eximidos de tributo los séptimos años.
Alejandro les otorgó todo lo deseado, y cuando le solicitaron que permitiera a
los judíos de Babilonia y Media disfrutar también de sus propias leyes, de
buena gana prometió que de allí en más harían lo que desearan”.[2]
Si
el relato de Josefo es exacto, entonces la profecía de Daniel 8, incluyendo el
gran cuerno de Grecia que era Alejandro, ya existía en el siglo IV a.C. Esto no
sólo brinda evidencias de la composición temprana del libro de Daniel, sino que
también muestra de qué manera un elemento de esta profecía halló su
cumplimiento y fue reconocido al hacerse realidad.
No
es necesario decir que una vez más, los críticos de la naturaleza predictiva de
Daniel rechazan el relato como no histórico. En el relato mismo, sin embargo,
hay ciertas evidencias que testifican de la naturaleza histórica del encuentro
de Alejandro y los sacerdotes en Jerusalén. Esa evidencia proviene de una
referencia al año sabático en este contexto.
En
fuentes extrabíblicas, se han hallado alrededor de una docena de referencias a
años sabáticos. Estos textos e inscripciones dan los equivalentes de esos años
sabáticos en términos de otros calendarios. Es así que puede completarse una
tabla de años sabáticos. El año en que se produjo esta entrevista con Alejandro
fue el 331 a.C. Según la tabla de los años sabáticos, 331 fue de hecho un año
sabático. Ahora que Judea había sido tomada por el rey macedonio, los líderes
judíos podían ver el problema que deberían enfrentar cuando tuvieran que
rendirle tributos. No tendrían cosecha para pagarle los impuestos. De allí la
urgencia de su pedido.
Este
mínimo detalle, el pedido basado en el año sabático, es una prueba de que el
episodio realmente sucedió, y de que la transición histórica que se produjo
había sido en realidad profetizada por Daniel antes de que sucediera.[3]
Una profecía a largo
plazo: El surgimiento y la caída de Roma
En
Daniel capítulos 2 y 7 se presentan profecías paralelas acerca de cuatro
imperios del Mediterráneo y el Cercano Oriente. Daniel 2 relata los eventos que
se produjeron en torno a un sueño dado al rey Nabucodonosor que los sabios de
Babilonia no pudieron describir o interpretar. Sin embargo, Daniel pudo
describir con éxito el sueño e interpretarlo. Usando los símbolos de los cuatro
metales que conformaban la impresionante estatua de Daniel 2, el profeta
describió la sucesión de estos cuatro grandes imperios: Babilonia, Medo-Persia,
Grecia y Roma.
A
algunos no les agradan estas evidencias bien directas del conocimiento previo
de Dios en la profecía, y se han opuesto a esta postura afirmando que el autor
del libro de Daniel no vivió en el siglo VI a.C. cuando se dio la profecía.
Según ellos, vivió en el siglo II a.C. y utilizó el seudónimo de Daniel para
escribir acerca de los eventos que ya habían tenido lugar. De esta manera,
sostienen los críticos, Daniel es en realidad historia escrita como si fuera
profecía.
Puede
evaluarse este argumento, sin embargo, para ver cuán bien concuerda con los
datos. Si el autor de Daniel escribió en el siglo II a.C. y era sólo un
historiador, no un verdadero profeta, ¿qué clase de predicciones podría haber
hecho? Existen dos posibilidades. En primer lugar, podría haber dicho que el
cuarto reino, Roma, que era más poderoso que todos los anteriores, permanecería
para siempre. Esta era probablemente la postura más común respecto del futuro
en el siglo II a.C., ya que Roma había llegado a ser preeminente. (Eso creía
Flavio Josefo, el historiador judío del siglo I, cuando se ocupó de esta
porción del libro de Daniel, ya que no menciona las divisiones o el reinado de
la piedra que seguiría). Por otra parte, el escritor podría haber razonado que
si se habían sucedido cuatro grandes reinos mundiales, podría haber un quinto,
un sexto, un séptimo, y así sucesivamente. En otras palabras, la secuencia
debería continuar. Después de Roma, otro gran poder mundial aparecería, y así
sucesivamente.
Un
historiador que escribiera en el siglo II a.C. sin contar con el conocimiento
previo divino, habría tenido estas dos alternativas: o Roma permanecía para
siempre o la seguirían otros grandes poderes mundiales.
El
escritor del libro de Daniel no abrazó ninguna de estas dos posibilidades
lógicas. Al rechazar la idea de que habría otros poderes mundiales, dijo que el
cuarto poder sería quebrantado en partes y que esas partes continuarían y
lucharían entre sí hasta que Dios estableciera su reino. Asimismo, rechazó la
idea de que Roma continuaría para siempre; este cuarto reino sería quebrantado.
De hecho, eso es lo que pasó cuando las invasiones bárbaras asolaron Roma en
los siglos V y VI d.C.
¿Cómo
fue que el autor de Daniel sabía, con varios siglos de anticipación, que Roma
sería dividida en partes, que no permanecería para siempre ni sería reemplazada
por otro gran reino mundial? ¿Cómo es que eligió la posibilidad menos probable
para el futuro desde un punto de vista de la lógica humana? La respuesta es que
no se apoyaba en la lógica humana, sino en el conocimiento previo que Dios le
había dado.
Resumen
Hay
muchas profecías en la Biblia, cuyos escritores dicen que se cumplieron, aunque
los registros de estos cumplimientos se hallan solamente en la Biblia. En estos
casos no existen evidencias externas que confirmen el cumplimiento. Sin
embargo, en el caso de muchas profecías, las evidencias externas indican que se
cumplieron. Las expuestas más arriba lo demuestran.
Las
profecías bíblicas operan en varios niveles. Algunas fueron dirigidas a
individuos, otras a pueblos o ciudades y algunas a reinos o naciones. Sucede lo
mismo en términos de tiempo. Algunas profecías tenían que ver con
circunstancias inmediatas, otras se ocupaban de los eventos en un futuro
relativamente cercano y otras pueden ser clasificadas como predicciones a largo
plazo, que abarcan siglos. Lo tratado en este artículo cubre estas tres
posibilidades.
El
factor común en todos estos casos es que existen evidencias externas que
demuestran la exactitud de las predicciones, lo que brinda evidencias de que
las profecías han sido escritas sobre una base que trasciende las conjeturas humanas.
Dan testimonio de un Dios que brindó informaciones confidenciales a sus
siervos, los profetas. Esta es una buena razón adicional para creer en la existencia
del Dios de la Biblia.[4]
William H. Shea (M.D.,
Loma Linda University; Ph.D., University of Michigan)
Trabajó como médico misionero, profesor de teología y
director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación
General de los Adventistas del Séptimo Día.
Este ensayo está basado en un estudio más extenso publicado
en The Big Argument: Does God Exist? editado por John Ashton y Michael
Westacott (Master Books, 2005).
Su email: Shea56080@aol.com
[2]Josephus,
Antiquities of the Jews, libro 11,
capítulo 8, párrafos 337, 338.
[3]Se
pueden consultar las tablas de los años sabáticos de los judíos en B. Z.
Wacholder, “The Calendar of Sabbatical Cycles During the Second Temple and the
Early Rabbinic Period” (El calendario de los ciclos sabáticos durante el
período del segundo templo) Hebrew Union
College Annual (1973), 153-196.
[4]Lecturas adicionales:
Por textos relacionados con
Belsasar y una síntesis de ellos, véase R. P. Dougherty, Nabonidus and
Belshazzar (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 1929).
Por una colección muy útil
de textos cuneiformes traducidos, especialmente fuentes babilónicas
relacionadas con los temas de este artículo, véase J. B. Pritchard, ed.,
Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament (Princeton, New
Jersey: Princeton University Press, 1955).
Por una revisión útil de la
historia babilónica, véase H. W. F. Saggs, The Greatness That Was Babylon
(Nueva York: Hawthorn Books, 1962).
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