22 oct 2012

La purificación del santuario[*]


Clifford Goldstein

Con referencia al santuario, Levítico 16,19 dice que el sacerdote “lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”

¿Cómo podían contaminar el santuario los hijos de Israel siendo que al pueblo ni siquiera se le permitía entrar en sus recintos? Aunque ellos no podían entrar al santuario, los sacerdotes “llevaban” sus pecados hasta él en la sangre de los animales. El sacerdote depositaba los pecados simbolizados por la sangre “contaminada”, dentro del santuario. Una vez al año, sin embargo, los pecados acumulados eran transferidos nuevamente; pero esta vez para ser eliminados del santuario. Mediante este servicio, el santuario era “purificado”. Los pecados eran completamente desterrados del campamento, lo cual era una sombra de la manera en que Dios se propone extirpar los pecados del universo.

“Y además de esto, [Moisés] roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales [el santuario terrenal] fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que éstos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:21-24).

El contexto de Daniel 8:14 (“Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”) indica que puede referirse únicamente al santuario celestial y al proceso de purificación que  en él se llevaba a cabo al tiempo señalado.

¿Por qué necesitaba ser purificado el santuario celestial? A causa de nuestros pecados que habían sido llevados hasta allí. Bajo el nuevo pacto, inaugurado a la muerte de Jesús, el pecado es transferido del pecador a Jesús –primero como sacrificio (Cordero), luego como Sumo Sacerdote– y finalmente es depositado en el santuario celestial, razón por la cual éste necesita ser purificado.

No obstante, llegará el tiempo cuando Jesús dejará de ser nuestro Sumo Sacerdote que ministra en el santuario celestial. Entonces, cuando regrese por segunda vez, lo hará “sin pecado” (Hebreos 9:28). Después que el santuario es purificado y los pecados son transferidos sobre Satanás (véase más abajo), Jesús no los lleva más sobre sí, como Sumo Sacerdote. De la misma manera, en el servicio del Antiguo Testamento el sumo sacerdote tampoco llevaba los pecados sobre sí después que el santuario terrenal era purificado y aquéllos transferidos al macho cabrío emisario.

Varios pasajes del libro de Levítico se refieren al pecador que llevaba al santuario un animal para sacrificarlo con el fin de que “el sacerdote [hiciera]... expiación por su pecado”. Esta frase se repite a través de todo el libro. Las personas necesitaban expiación porque habían pecado. Mediante el sistema sacrificial se había provisto .una forma de separarlos de sus pecados y concederles el perdón. Podemos comprender que los pecadores necesitan que se haga expiación por ellos.

Sin embargo, ¿qué significa Levítico 16:15, 16? “Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio. Así purificará el santuario” (la cursiva es nuestra).

¿Expiación por el lugar santo? La gente peca. Las personas quebrantan la ley. La gente necesita expiación. ¿Pero un edificio? ¿Por qué un edificio, una estructura inanimada, habría de necesitar expiación?

“Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” (Levítico 16:16).

¿Por qué necesita purificación el santuario? A causa de todas las transgresiones de los hijos Israel, que los sacerdotes traían a él día tras día. Los pecados eran quitados del pecador y depositados en el santuario (recuerde la ilustración del virus). Del mismo modo, como el pecado contaminaba al pecador también mancillaba el santuario cuando era depositado allí por medio de la sangre. “El hecho de que durante el Día de la Expiación el santuario fuera purificado de todos los pecados del pueblo de Israel –escribe el erudito Ángel M. Rodríguez–, sugiere que los pecados del pueblo habían sido transferidos, mediante el sacerdote, al santuario”.

Una vez al año, en el Día de la Expiación el mismo santuario debía ser purificado. Así como la expiación que se hacía en favor de un pecador involucraba la remoción del pecado de la persona misma, también la expiación por el santuario involucraba la eliminación del pecado del edificio

El proceso del santuario contemplaba dos aspectos especiales: El ministerio en el primer departamento, que era un procedimiento diario, continuo, mediante el cual el pecado era transferido al santuario; y el ministerio en el segundo departamento, el día de la expiación, que desalojaba el pecado de allí. El Día de la Expiación -que en el pensamiento judío es el día del juicio (también conocido como el “día de las purificaciones”)– los animales eran sacrificados y su sangre llevada al santuario, como durante el ritual cotidiano Pero había diferencias cruciales entre los rituales de Día de la Expiación y los sacrificios diarios. En primer lugar, este día es especial anual la sangre era llevada al segundo departamento, el lugar santísimo, y se asperjaba delante del propiciatorio, que estaba detrás del segundo velo. Ese era el único momento del año en que se introducía la sangre hasta allí.

Una segunda diferencia, destacada tanto por eruditos adventistas como por no adventistas, surge de hecho de que en ninguna parte se menciona que durante el Día de la Expiación alguien colocara las manos sobre la cabeza del macho cabrío del sacrificio

No se hace ninguna referencia a confesión alguna de pecados sobre él.

“Degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio. Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” (Levítico 16:15, 16).

En otras palabras, la sangre introducida en el lugar santísimo para hacer propiciación por el santuario no contenía pecado, como en el caso de la sangre de los sacrificios diarios. En un sentido, era “sangre limpia”. Se ha sugerido que esta “sangre limpia” recibía todos los pecados acumulados en el santuario durante el año. Volviendo a la analogía del virus, un frasco limpio y vacío (la sangre limpia) era llevado al almacén (el santuario), donde ahora se colocaba el virus (el pecado) para ser llevado afuera, “purificando” así el santuario. “Los ritos cotidianos transferían el pecado y la impureza al santuario –escribe el erudito Alberto Treiyer–, y el rito anual (Día de la Expiación) transportaba este depósito fuera del santuario”.

Como parte del ritual del Día de la Expiación, después que se había hecho la purificación del santuario mediante la sangre “limpia” del chivo sacrificado (recuerde que la expiación involucra la transferencia del pecado), un segundo macho cabrío era introducido en el servicios sumo sacerdote pondrá sus “dos manos –ensangrentadas por haber asperjado la sangre– sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por manos de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada” (Levítico 16:21, 22).

La secuencia es clara: el pecado era transferido del pecador al animal mediante la confesión y la imposición de las manos. Entonces el animal era sacrificado, y el sacerdote, mediante la sangre contaminada, depositaba el pecado en el santuario. El Día de la Expiación, el sacerdote llevaba sangre limpia al santuario, la cual recibía todos los pecados (transformándose así en sangre cargada de pecado), y entonces éstos eran colocados sobre la cabeza del macho cabrío vivo, que a su vez era enviado al desierto. Mediante este procedimiento, que comenzaba con el pecador, el pecado era conducido fuera del campamento, con la resultante purificación del santuario, el campamento y el pueblo.

Los detalles de estos ritos pueden sufrir mucha elaboración (y especulación). Lo que más debe interesarnos aquí es la transferencia del pecado. En el servicio del santuario, el pecado no se desvanecía simplemente. No era sólo cuestión de que fuese perdonado y luego olvidado. En lugar de ello, el Señor desarrolló un elaborado ritual, simbólico del procedimiento mediante el cual el pecado es realmente eliminado.

“Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre la víctima ofrecida, y por la sangre de ésta se transferían figurativa-mente al santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo, y transferidos, de hecho, al santuario celestial. Y así como la purificación típica de lo terrenal se efectuaba quitando los pecados con los cuales había sido contaminado, así también la purificación real de lo celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el cielo”.

La purificación del pecado en el templo terrenal no era sino una ilustración de la purificación del pecado en el santuario celestial: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado” (Daniel 8, 13). “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales [el santuario celestial] fuesen purificadas así” (Hebreos 9:23). En el santuario terrenal, esta purificación era simbolizada mediante la remoción del pecado; en el celestial, el registro de los pecados será borrado. “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19). Los resultados, ya sea en símbolo (terrenal) o en realidad (el celestial) son los mismos: el santuario es purificado.

Por fin, ¿qué sucede con los pecados después que el registro de los mismos es borrado y eliminado del santuario? El pecado se deposita sobre el macho cabrío emisario quien, en el pensamiento judaico, representa al jefe de los ángeles rebeldes. Elena de White escribió:

“Se vio además que, mientras que el holocausto señalaba a Cristo como sacrificio, y el sumo sacerdote representaba a Cristo como mediador, el macho cabrío simbolizaba a Satanás, autor del pecado, sobre quien serán colocados finalmente los pecados de los verdaderamente arrepentidos. Cuando el sumo sacerdote, en virtud de la sangre del holocausto, quitaba los pecados del santuario, los ponía sobre la cabeza del macho cabrío para Azazel. Cuando Cristo, en virtud de su propia sangre, quite del santuario celestial los pecados de su pueblo al fin de su ministerio, los pondrá sobre Satanás, el cual en la consumación del juicio debe cargar con la pena final. El macho cabrío era enviado lejos a un lugar desierto, para no volver jamás a la congregación de Israel. Así también Satanás será desterrado para siempre de la presencia de Dios y de su pueblo, y será aniquilado en la destrucción final del pecado y de los pecadores”.

En el sistema terrenal, el pecado era transferido del pecador al animal, al sacerdote, al santuario, al sacerdote nuevamente, y por fin al macho cabrío, que a su vez era llevado al desierto “por mano de un hombre destinado para esto”. (Aunque la Biblia no lo menciona, este hombre debía encontrarse en excelente condición física para conducir al macho cabrío tan lejos del campamento que no pudiera regresar nunca: un ejemplo de cuán lejos y permanentemente el Señor se propone alejar el pecado de su pueblo). En el verdadero servicio del santuario, simbolizado por el sistema terrenal, el pecado es transferido del pecador a Jesús como Cordero, a Jesús como Sacerdote, al santuario celestial y finalmente a Satanás, quien es desterrado de la presencia del pueblo de Dios, sólo para ser erradicado definitivamente junto con el pecado y los pecadores en el juicio final.

 El Señor pudo destruir a Satanás el mismo día en que éste se rebeló. En lugar de hacerlo, y en armonía con su carácter de amor, justicia y misericordia, el Señor escogió –a un costo infinito para sí mismo– eliminar el pecado de esta forma, un paso a la vez, ante el universo observador. En el santuario terrenal había ángeles bordados en las paredes del primer departamento; dos querubines de oro habían sido colocados en el lugar santísimo, la culminación del procedimiento expiatorio: Y todo esto no era sino un símbolo del interés que el universo manifiesta en el plan de salvación. Mediante un procedimiento abierto y ordenado, que incluía su muerte, y luego su ministerio sumo-sacerdotal en un santuario físico literal, el Señor contestará para siempre todos los interrogantes acerca de la gran controversia y el origen del mal. El santuario del cielo es literal, no porque Dios necesite que así sea, sino porque las inteligencias celestiales la necesitan para ver de qué manera Dios trata con el pecado. Mediante una estructura física visible, Dios permite al universo observador que vea claramente cada paso en la solución del conflicto.

“En el ritual típico –escribe Ángel M. Rodríguez, el pecado confesado por el penitente y su responsabilidad eran transferidos al santuario mediante la victima sacrificial y el sacerdote. Se puede aseverar que por el momento el santuario asumía su culpa, y el pecador era perdonado, El día de la expiación el santuario era purificado, y así la posición de Dios (en el santuario) quedaba aclarada”.

Todavía quedan por contestarse otras preguntas importantes concernientes a todo este asunto de los ritos del santuario celestial. ¿Cómo afecta nuestras vidas el día de la expiación celestial? ¿Qué significado tiene esto para nosotros en la actualidad? El capítulo que sigue se aboca a la investigación de estos asuntos porque lo que sucede en el santuario celestial es extremadamente relevante para los que se encuentran en la tierra y cuyos pecados están registrados allá.


Clifford Goldstein, (M.A, Johns Hopkins University)
Director de la Guía de estudio para adultos para la Escuela Sabática.
Se le puede escribir a: goldstein@gc.adventist.org



*Publicado en Clifford Goldstein, Desequilibrio fatal: La verdad acerca del juicio, el santuario y su salvación, trad. Mario A. Collins (Miami, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 1994), 108-116.

15 oct 2012

La Deidad triuna trabajando en perfecta unidad.


Rafael Montesinos
New Jersey – Estados Unidos


“La Divinidad se conmovió de piedad por la humanidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar un plan de redención” (Elena G. de White, Consejos sobre Salud, 219).

En 1 Pedro 1:18-22 dice: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.”.

En estos versículos se hace meridianamente claro que el sacrificio de Cristo fue planificado antes de la fundación del mundo. Según Hebreos 9:14 el Espíritu Santo tuvo una parte activa en este plan. “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

En ocasión de la encarnación del Hijo de Dios, la Deidad Triuna obró en perfecta unidad. “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lc. 1:35).

Cuando Cristo fue bautizado, nuevamente estaba la Deidad Triuna presente. “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.” (Lc. 3:21,22).

En la resurrección de Cristo participaron el Padre y el Espíritu Santo. “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu.” (1P. 3:18).

Al analizar el texto griego podemos notar lo siguiente: Porque también Cristo una vez por [los] pecados padeció. Δικαιος υπερ αδικων ινα ημας ... σαρκι ζωοποιηθεις δε πνευματι siendo muerto en carne, pero vivificado en [virtud del, por] Espíritu... Otras versiones traducen la expresión griega δε πνευματι (de pneumati) “por el Espíritu”.

La expresión griega δε πνευματι (de pneumati) es un dativo y expresa la idea de algo hecho a favor de otra persona. En este caso expreza lo que el Espíritu hizo por Jesús. El Espíritu Santo resucitó a Jesús, de la misma forma que resucitará nuestros cuerpos mortales. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Ro. 8:11).

Cristo fue ungido con el Espíritu Santo en la tierra antes de dar comienzo a su ministerio mesiánico. “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” ¿Cuando ocurrió este ungimiento? En ocasión del bautismo de Jesús cuando el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como paloma. Por tal razón, cuando entró al templo dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.” (Lc. 4:18,19).

Nótese que nuevamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo continúan obrando a favor de la raza caída.

Luego que Cristo ascendió al cielo fue ungido antes de dar inicio a su ministerio en el santuario celestial. Esta ceremonia terminó el día de Pentecostés. El descenso del Espíritu Santo fue una confirmación fehaciente de este hecho. El Padre ungió al Hijo nuevamente, como lo hiciera en ocasión de su bautismo. Esta vez, antes de dar inicio a su obra como nuestro sumo sacerdote.

En los tiempos del Antiguo Testamento se ungía a los sacerdotes antes de que ellos iniciaran du oficio sacerdotal (Éx. 40:14,15) y de igual forma se ungía a los reyes (1R. 1:39). La unción era una investidura de autoridad con el objetivo de ejercer un oficio, ora fuese real o sacerdotal. Cristo no fue la excepción. El Padre y el Espíritu Santo nuevamente participaron en el ungimiento de Jesús en el santuario celestial.

“¿Habéis renacido? ¿Os habéis convertido en un nuevo ser en Cristo Jesús? Entonces cooperad con los tres grandes poderes del cielo que trabajan en favor de vosotros” (Com. de EGW, CBA, t. 7, 920).

“La eterna Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está involucrada en la acción requerida para dar seguridad al instrumento humano” (E. G. de White, Alza tus ojos, 146).


Rafael Montesinos
Máster en Religión de la Universidad de Andrews
Trabajó 20 años como pastor en la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico (1979-2009). Produjo programas de radio y televisión para la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico y para la cadena de Los Tres Ángeles (3ABN).
Además, también apoya como consejero del Ministerio de Investigación Adventista y consejero editorial de la revista digital bíblico-teológica Didajé.

6 oct 2012

El Señor es el Espíritu


Rafael Montesinos

En 2 Corintios 3:17 dice: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.”

¿Qué realmente dice el apóstol Pablo en este versículo? Algunos afirman que Pablo está diciendo que el Espíritu Santo y Cristo son la misma persona. El problema con esta interpretación es que en la próxima cláusula del mismo versículo se distingue al Espíritu Santo de Cristo. Se le llama: “el Espíritu del Señor. Además tal idea es contraria a la teología del apóstol. En 2 Corintios 13:13,14 Pablo se despide de los Corintios con una bendición epistolar Triuna: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” De Cristo y el Espíritu Santo ser la misma persona, tal saludo no tendría sentido alguno. El capítulo tres hace una clara distinción entre Cristo y el Espíritu Santo. En los versículos seis al ocho se menciona el ministerio del Espíritu bajo el nuevo pacto. En el versículo 14 el apóstol dice que cuando los judíos leen el antiguo pacto les queda el mismo velo no descubierto, el cual es quitado por Cristo. Se mencionan a Cristo y al Espíritu Santo por separado.

Jesucristo mismo hizo una marcada distinción entre él y el Espíritu Santo. Cristo dijo: “A cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero el que la diga contra el Espíritu Santo, no le será perdonado ni en esta vida ni en la venidera” (Mt. 12:32). En Juan 14:26 Cristo dijo lo siguiente con relación al Espíritu Santo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” Jesucristo se refirió al Espíritu Santo como “otro Consolador”. Otro no significa “él mismo”, sino otra persona diferente.

Algunos afirman que “otro” (λλοv) en Juan 14.16: significa: “de forma diferente, o de otra manera”[1], sin embargo algunos apelan a una palabra diferente a la que Juan utilizó. Traducen el adjetivo “allon” (λλοv) que significa: otro, como si fuera el adverbio “allōs” (λλως), que significa: “de otra manera, o forma diferente”. No se puede pasar por alto que son dos palabras diferentes. La primera, “allon” (λλοv) se traduce literalmente como: “otro”, mientras que la segunda, “allōs” (λλως), se traduce: “de otro modo, de otra manera”. Lo cierto es que en Juan 14:16 aparece la palabra λλοv (adjetivo) y no λλως (forma adverbial). Por lo tanto, el Espíritu Santo es otra persona diferente a Cristo. El “Léxico Griego del Nuevo Testamento” de Liddell y Scott, dice que la palabra λλος (ALLOS) en Griego Koiné, primariamente significa “otro, o uno al lado”. Por cierto, A.T. Robertson, en su obra “Word Pictures of the New Testament”, dice que “allon” (λλοv) significa: “otro de la misma clase”. Jesús no solamente dijo que el Espíritu Santo era otra persona, sino que hizo claro que era otra persona divina. Eso se desprende del uso de “allon” (λλοv).

Orígenes tradujo 2 Corintios 3:17 así: “Pero el Señor es un espíritu, y donde el espíritu del Señor está, hay libertad.” (Ancient Christian Commentary on Scripture). Según esta posición, Cristo es espíritu, al igual que Dios es espíritu (Jn. 4:24). El problema con esta posición es que en el texto Griego, espíritu lleva artículo en 2 Corintios 3:17: “τ πνεμα” (tò pneúma). En el Nuevo Testamento la expresión griega “τ πνεμα” (tó pneúma) se utiliza para designar al Espíritu Santo. Por lo tanto, el pasaje afirma que el Señor es el Espíritu Santo, no espíritu (naturaleza espiritual). Lo cierto es que en la segunda parte del versículo Pablo hace una clara distinción entre Cristo y el Espíritu Santo, haciendo claro que son dos personas diferentes. ¿Qué significa entonces la expresión “el Señor es el Espíritu”?
Crisóstomo no aceptó la traducción de Orígenes y escribió lo siguiente: “Nosotros no decimos El Señor es un espíritu pero El Espíritu es el Señor” El enseñó que 2 Corintios 3:17 proclamaba el Señorío del Espíritu Santo. El acuñó la frase: “El Espíritu es el Señor”.

Teodoreto de Ciro afirmaba que Pablo quería decir con esta frase que el Espíritu Santo y Dios eran iguales. Para justificar su posición ubicó este versículo en el contexto de 2 Corintios 3:15 donde dice: “Pero hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos.” El pensaba que este versículo aludía a Éxodo 34:34, cuando Moisés cubría su rostro con un velo ante la presencia de Jehová. Según Teodoreto de Ciro, el espíritu santo era igual a Jehová.

Ambrosio escribió lo siguiente sobre 2 Corintios 3:17: “Usted tiene entonces al Señor también llamado Espíritu Santo; no porque el Espíritu Santo y el Hijo sean una persona, sino una sustancia.

¿Quién es el Señor en el versículo 17? Este Señor es Cristo. En las epístolas paulinas Cristo es el Señor (Ro. 10:9; 1Co. 8:6; 2Co. 8:9; Col. 2:6; Efe. 5:24; Filp. 2:11). En el idioma Griego Koiné el predicado se indica omitiendo el artículo. Ejemplo de ello es Juan 1:1u.p., donde Dios (θες) es el predicado de “ho logos”. El texto Griego de Juan 1:1 u.p. dice: κα (kai) θες (theos) ν (en) (ho) λόγος (logos). En esta cláusula, “logos” es el sujeto, pues lleva el artículo definido . θες es entonces el predicado, ya que no lleva artículo, es lo que se dice del λόγος. El Verbo era Dios.

El problema que presenta 2 Corintios 3:17 es que πνεμα (pneúma - espíritu) lleva artículo. Lo que realmente Pablo está diciendo es que “El Señor es el Espíritu”, el Espíritu Santo. No se debe de pasar por alto el hecho de que Pablo no está fusionando dos personas de la Deidad en una sola persona, ya que en la próxima cláusula él escribe: “el Espíritu del Señor”. Definitivamente se mencionan dos personas con una esencia idéntica y los dos realizan la misma obra. Donde está el Señor, está también el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es mencionado en el engendramiento de Jesús (Mt. 1:18; Lc. 1:35), en su bautismo (Mt. 3:16), durante la tentación en el desierto (Lc. 4:1), durante el inicio de su ministerio en la sinagoga (Lc. 4:18), en su resurrección (Ro. 1:4; 1P. 3:18) en su glorificación (Jn. 7:39; 16:7,13,14) e intercediendo por los santos (Ro. 8:26,27). Todos estos versículos presentan al Espíritu Santo tomando parte activa en el plan de salvación y en relación con Cristo.

Pablo simplemente utilizó una figura que Jesús también utilizó varias veces al hablar con sus discípulos sobre su relación con el Padre. En Juan 14:8-11 Felipe le dijo a Jesús: “Muéstranos al Padre y nos basta.” Jesucristo le contesto: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo pues dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?” En otra ocasión les dijo a sus discípulos que él y el Padre eran uno (Jn. 10:30). Además, en Juan 12:45 Cristo utilizó una figura similar: “y el que me ve, ve al que me envió.”.

¿Significa esto que el Hijo y el Padre son la misma persona? No, absolutamente no. En Juan 17: 23 Cristo aclaró lo que él quería decir: El y el Padre trabajan en perfecta unidad. Es en ese sentido que el Padre y el Hijo son uno. Esto también es cierto con relación a Cristo y al Espíritu Santo. Volverse al Señor es volverse al Espíritu Santo y volverse al Espíritu Santo significa libertad. ¿Por qué Pablo menciona al Espíritu y no solo al Señor? La respuesta es obvia. La respuesta la encontramos en Juan 14:16,17, 26,27; 16:7. El Señor siempre obra a través del Espíritu Santo. No se pueden separar.

En 2 Corintios capítulo tres se compara el ministerio de muerte y de condenación bajo el primer pacto. Los judíos convirtieron la ministración de la ley en un ministerio de muerte y condenación por la forma en que la interpretaban y aplicaban. Bajo el nuevo pacto, al aceptar al Señor como salvador personal y ser justificados por la fe, somos sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Jn 7:38,39; Ro. 5:1,5; Efe. 1:13). Al aceptar al Señor aceptamos el régimen nuevo del Espíritu y dejamos atrás el régimen viejo de la letra (Ro. 7:6). Los que son del Señor andan en novedad de vida (Ro. 6:4) y son ministros del nuevo pacto (2Co. 3:6). Ahora el Espíritu nos vivifica y ministra (2Co. 3:6 u.p., 8). Ahora miramos a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen por la acción del Espíritu del Señor” (2Co. 3:18).


Rafael Montesinos
Máster en Religión de la Universidad de Andrews
Trabajó 20 años como pastor en la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico (1979-2009). Produjo programas de radio y televisión para la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico y para la cadena de Los Tres Ángeles (3ABN).
Además, también apoya como consejero del Ministerio de Investigación Adventista y consejero editorial de la revista digital bíblico-teológica Didajé.


[1]James Strong, Diccionario de idiomas bíblicos: Griego antiguo. CD ROM, e-Sword, versión 9.9.1 (USA: Franklin TN, 2000-2011), G243.
El Santuario: reloj profético


Rafael Montesinos

En Hebreos 8:1, 2 dice que Cristo es ministro del santuario “que erigió el Señor y no el hombre.” El versículo cinco dice que el santuario del desierto servía de figura y sombra de las cosas celestiales. Una comprensión del santuario de Moisés y sus servicios debe ayudarnos a comprender la función de nuestro sumo sacerdote celestial.

El santuario de Moisés tuvo tres divisiones: atrio, lugar santo y lugar santísimo. El atrio representa la obra de Jesús en la tierra como Mesías. En 1 Juan 5:6 dice que Jesús “vino mediante agua y sangre.” Esto es una clara alusión al atrio del santuario del desierto. En el atrio había dos muebles: el altar de sacrificios, hecho de madera de acacia recubierta de bronce (Ex 37:10-16; 38:1,2) y el lavacro, hecho con los espejos de bronce de las mujeres (Ex. 38:8). El bronce nos habla de la humanidad de Jesús. En el lavacro se representa el inicio de la obra del Mesías. Jesús fue bautizado en el rio Jordán (Mt. 3:13) y derramó su sangre en el monte Calvario (Mt. 27:33). “Agua y sangre” marcan el inicio y culminación del ministerio de Jesús como Mesías en la tierra. El atrio prefiguraba la obra de Jesús en la tierra durante su primera venida.

El lugar santo seguía al atrio en ubicación. Allí había tres muebles: el candelabro de oro puro (Ex. 37:17), el altar de incienso hecho de madera de acacia y recubierto en oro (Ex. 37:25) y la mesa de los panes de la presencia (Ex. 25:23-30). El oro nos habla de la divinidad de Jesús. El lugar santo era el recinto de la intercesión. Desde allí el sacerdote intercedía por el pueblo ante Dios diariamente. Los sacerdotes entraban al lugar santo diariamente para “cumplir los oficios del culto” (Hebreos 9:6). El incienso se asociaba con las oraciones a Dios y el ministerio frente al altar del incienso (Ex. 30:1; Sal. 141:2; Ap. 5:8). El altar del incienso prefiguraba la intercesión de Jesús en el lugar santo del santuario celestial luego de su ascensión.

En Apocalipsis se presenta a Jesús ministrando en el lugar santo inmediatamente después de su ascensión (Ap. 1:12,13; 5:5-8; 8:3-5; 9:13). Bajo la sexta trompeta todavía se ubica a Cristo ministrando en el lugar santo del santuario celestial.

En el lugar santísimo había un mueble: el arca del pacto, hecha de madera de acacia recubierta de oro puro, con sus dos querubines de oro y que contenía las tablas de piedra: los diez mandamientos. (Ex. 25:10-16; 37:1-9). Mientras que en el lugar santo el altar del incienso se asociaba con intercesión, el arca del pacto con los diez mandamientos se asocia con juicio, justicia y vindicación. En este recinto solamente entraba el sumo sacerdote una vez al año, el día de la expiación (Ex. 30:10; Lv. 16:2). El servicio del día de la expiación marcaba la culminación de los servicios en el santuario. El objetivo de la purificación o vindicación del santuario se lograba ese día. El lugar santísimo prefigura la obra de juicio y vindicación realizada en el santuario de celestial por Jesús (Dn.7:26; 8:14; Heb.9:23; Ap. 19:1,2).

Bajo la séptima trompeta, se muestra el arca de su pacto (Ap.11:19), lo que claramente es una alusión al lugar santísimo. Ha ocurrido un movimiento de un recinto a otro. Es la mudanza que se menciona en Daniel 7:7-13 y la venida del Señor al templo en Malaquías 3:1,2.

El santuario es un reloj profético que nos muestra el desarrollo del proceso de la expiación desde la encarnación del Hijo de Dios, hasta la vindicación final del carácter de Dios a través de la obra de nuestro sumo sacerdote en el santuario celestial. Por lo tanto, es un error pasar por alto este orden de eventos. Aquellos que ubican a Jesús en el lugar santísimo del santuario celestial luego de su ascensión, pasan por alto el orden de los eventos prefigurados en el santuario del desierto.


Rafael Montesinos

Máster en Religión de la Universidad de Andrews
Trabajó 20 años como pastor en la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico (1979-2009). Produjo programas de radio y televisión para la Asociación Adventista del Oeste de Puerto Rico y para la cadena de Los Tres Ángeles (3ABN).
Además, también apoya como consejero del Ministerio de Investigación Adventista y consejero editorial de la revista digital bíblico-teológica Didajé.